TW

Nada justifica el terrorismo islamista y menos la base religiosa que se le atribuye. Sin duda, el radicalismo de este corte es uno de los mayores peligros de este siglo XXI y un obstáculo para la convivencia de las culturas, las creencias y las personas. Siembra el miedo y de esa semilla nunca ha nacido fruto bueno.

Estos días, todo el mundo reivindica la libertad, en general, y la de expresión en particular. Debe ser verdad que solo valoramos lo que tenemos cuando podemos perderlo. Rajoy diría que gozamos de un grado de libertad razonablemente alto y sin duda es verdad. Nada nos impide creer que podemos hacer lo que deseamos, sin embargo convertir el sueño en realidad depende, en buena parte de la capacidad económica. Además, la libertad no se cuida, se la trata como si uno pudiera imbuirse de libertad solo porque lo dice la Constitución.

El radicalismo encuentra en la pobreza el mejor abono. Y por eso el mundo actual es más peligroso. En Siria, en París y aquí, en grados distintos, es cierto, pero en esencia, por la misma causa. El economista francés Thomas Piketty, en su libro «El capital en el siglo XXI» demuestra que la riqueza cada vez se concentra en una capa más reducida de la población, que crecen las desigualdades y la pobreza material.

Noticias relacionadas

Antes de condenar las ideas y las religiones, quizás conviene mirar alrededor y comprobar como la desigualdad social se está transformando en un mal crónico.

La libertad es un derecho, que debe ejercerse para que tenga sentido. La igualdad es un objetivo imposible pero la desigualdad es un peligro inminente. La fraternidad debería ser la consecuencia de un mundo más justo. Además de una actitud personal y política.

Quizás aprendamos del dolor antes de que nos invada el miedo.