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Al conseller y general Luis Alejandre no le gusta salir en los papeles y sin embargo ha aparecido más que nunca. Se ha escrito de él, más que por su intervención en el conflicto de Colombia, por su responsabilidad en las rotondas. Si pretendía convencer a alguien de las bondades de la obra, no parece haberlo conseguido.
Imagino que Luis Alejandre va a salir de la política harto de ser la diana de muchos. Y, en lo personal, le comprendo. Con más de setenta años y las medallas en la reserva, hace cuatro años decidió trabajar por su Isla, como hombre de acción que es, cuando sin duda habría disfrutado más de la jubilación con los voluntarios de la Illa del Rei, a cuya presidencia renunció para vestirse de conseller.

No es un político al uso, de los que gastan las palabras para esconder la mediocridad de los hechos. Me da la sensación de que Alejandre soñaba la Isla como una barca, seguramente un poco a la deriva, donde nos veía a casi todos remando y quizás pensaba que solo se trataba de encontrar la dirección correcta. Por eso cuando habla con alguien está convencido de que quien le escucha comparte como mínimo la actitud de hacer algo por la Isla. Por eso habla de fidelidad, no al general, sino a la causa general, que interpreta que es el bien común por esta tierra. Y si habla de depresión, se refiere a la rémora económica que nos lastra y no a la capacidad intelectual de los residentes.

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Pero la locuacidad en política es tan arriesgada como negociar con la guerrilla hecha oficio. Y más si uno intenta convencer con argumentos a quien espera un desliz para trasladar al altavoz la idea de que en la Isla más bonita del Mediterráneo se ha superado el récord guinness de las rotondas a nivel mundial.

Sin duda, hay una buena dosis de inocencia en quien debía pensar que los menorquines somos capaces de hacer causa común en algo. Sin duda volveremos a los políticos más realistas, más políticos. Qué lastima que la inocencia se valore tan poco. Y queme tanto.