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La palabra «programa» viene del griego y significa algo así como: escribir antes. Se trata de una declaración de intenciones, de anticipar lo que va a pasar si no surge ningún imprevisto o contratiempo. Hay programas de fiestas, programas de asignatura, programas informáticos y programas electorales. Hay programas que casi nadie lee y otros que pocos entienden o que después no se cumplen. A veces, está todo programado. Y aún así, algo puede fallar. Otras veces, tenemos que improvisar porque la complejidad de la realidad es mucho mayor que nuestra capacidad para predecirla. La improvisación es más reactiva que preventiva. Es ir a salto de mata. Lo habitual es pensar las cosas con antelación. Tener objetivos y maneras realistas de alcanzarlos. Hay programas muy bien diseñados que pueden facilitar las cosas a los usuarios y programas maliciosos que están pensados para fastidiar, casi desde que se inventó la programación. El término «malware» (malicious software) incluye virus, gusanos y troyanos. Nombres poco apetitosos. También podrían llamarse demonios, ineptos y cabroncetes. Con ese tipo de programas, el sistema se ralentiza, deja de funcionar o hace cosas raras que nos irritan o desesperan.

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Leamos los programas para poder elegir. Siempre puede haber sorpresas, pero si no nos fijamos en las intenciones y propuestas que nos hacen por escrito, después no podremos decir que no sabíamos lo que nos vendían o nos prometían si ganaban.