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Me apasionó la lectura hace años de «Diez días que estremecieron al mundo» de John Reed, que narra la revolución soviética de 1917. El fracaso del comunismo a finales de los 80, no me hizo perder ni una pizca de interés por la descripción de ese cambio revolucionario. Ahora también vivimos tiempos revueltos.

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Algunos que se atribuyen el título de defensores de la democracia alientan el temor de que «¡vienen los rojos!», al constatar que los pactos entre PSOE, Més y Podemos va a devolver la mayoría de gobiernos a la izquierda. Lo hace el PP, al que le cuesta tragarse el aceite de ricino que representa ser el partido más votado y no gobernar en casi ningún sitio. Un partido aislado, sin casi socios posibles, después de constatar que el ascenso de Ciudadanos no ha sido suficiente. Por eso, plantea al PSOE el pacto alternativo a los gobiernos multipartidos de la izquierda con los nacionalistas. La estrategia de la pinza puede diezmar todavía más a un PSOE depresivo, pero no es una alternativa al movimiento social que ha resultado fortalecido por los votos. Los socialistas necesitan que se les vea liderando movimientos de izquierda, presidiendo gobiernos «rojos», como antídoto al desahucio.

Ahora, los nuevos gobernantes están en la fase previa del partido. No va a ser nada fácil decidir las alineaciones y la estrategia de juego. Se enfrentan a una etapa ilusionante llena de obstáculos y de retos. Es probable que muchos acuerdos iniciales se aguanten con pinzas. Que cada día deban negociar, pactar, discutir en asambleas. Favorecer la participación sin demorar las decisiones. Saben que el partido dura cuatro años y que si no superan el reto de demostrar que lo que les une (desalojar al PP) es compatible con la eficacia en la gestión, pueden abrir la puerta al regreso de Mariano, el fontanero que arregló las averías pero se olvidó de limpiar el sótano.