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En es caragol, horas más tarde, Toni apenas alcanzaba a distinguir si se mecía aún en el reparador sueño de la siesta o entre el sol bajo, cegador, y la multitud, cabrilleaba la incitante figura de Sisca. Esta le había dirigido ya dos mensajes: una sonrisa seráfica y más tarde un regaño por su indecisión. Toni había alcanzado, justo a los 22 años, por vez primera, la encrucijada del amor. ¡Quince pasos le separaban solamente del futuro! Sentía, sin embargo, todo el peso humano de la plaza sobre sus espaldas, impidiéndole el tránsito. Ya se sabe, en todos los pueblos se abren fichas amorosas de cada uno de sus habitantes. Mil ojos escrutarían aquella incursión, entre curiosos y divertidos; y su madre, posicionada en una ventana, junto a sus amistades, sería la testigo más voraz, más irónica, por asistir al expediente de su ficha. Por otra parte el tiempo se agotaba, pronto irrumpiría la cabalgata. Toni medía una y otra vez aquellos quince pasos sin hallar la impronta necesaria para recorrerlos. Dábale vueltas a sus titubeos cuando Sisca y su amiga desaparecieron del punto de mira. Su mirada recorrió entonces atolondradamente cada uno de los rincones de la plaza. ¡Dónde estarán! Escrutaba en todas direcciones cuando ambas aparecieron, paseando, a sólo tres pasos de distancia. Toni tomó aliento, se encorajinó, y se dispuso a subir sin más vacilaciones a la tartana del amor.

-Qué bien cabalgaste esta mañana, ¡que botes!- profirió Sisca, acortando el paso, para que el engarce funcionase a la perfección.

No voy a relatarles la conversación entre los dos enamorados, no quiero que se mofen de ellos. Además, ¿quien no se ha ridiculizado en alguna ocasión en presencia de su ángel del amor? Preguntas y respuestas suelen salir de los labios, al menos la primera vez, sin ton ni son. Sólo se alcanza a distinguir la ensoñación de los sentimientos. Es quizá, por otra parte, el instante preciso en el cual la persona franquea el paso que conduce de menor a mayor. Suelta el amarre paternal y se interna en la aventura más trascendental que pueda experimentar: la trenza de los sentimientos humanos.

Toni y Sisca paseaban a dos palmos del suelo, extasiados, cuando irrumpió la cabalgata. Las monturas zigzagueaban, briosas, entre la gente. En los portales ambos soportaban con gozo las acometidas de los animales. Reanudaban después el paseo, eludiendo a las cabalgaduras, para volver a refugiarse cuando se veían acorralados. En los desplazamientos se rozaban en las sombras y se distanciaban cuando emergían a la tenue luz del atardecer. La conversación era inexistente, sólo hablaban las miradas, aderezadas por las risas. Estas frases, mudas, sin palabras, tenían sin embargo la virtud de ser más firmes y expresivas que la emisión de los fonemas. Era ni más ni menos el primer sonido del amor que no tiene necesidad de ruidos.

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Se paseaban, meciéndose, embelesados. El gentío y los animales estrechaban a veces el cerco. En un apuro Sisca asió la mano de Toni, y ambos corrieron jubilosos una vez más a cobijarse. En el portal debieron arrimarse, con roces embriagadores, que de seguro nunca olvidarán por ser los primeros. Transportados por la fiesta de sus sensaciones, Toni acompañó a Sisca, concluida la cabalgata, hasta la puerta de su domicilio.

Aquella noche Toni concilió el sueño arrimado a la mano que, en el lance vespertino... había capturado por fin su amada.

Sonreía, feliz.

Soñaba.


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