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El viajero en sus mudanzas lio el petate y hale, hale, hale, se metió entre pecho y espalda 700 km hasta plantarse en Sanlúcar de Barrameda, posiblemente la población andaluza donde mejor se puede comer la gastronomía casera de esta autonomía. Los gitanos dicen que no quieren buenos principios. En confianza, déjenme decirles que eso es una tontería porque si la cosa principia bien eso que llevas por delante. Acerté a pasar a una taberna que le dicen la taberna de Doñana y un camarero me dijo: «Tengo unos entrantes andaluces, luego tengo venaó, jabalí al estilo de la marisma y tengo…» No siga, le corté, no siga usted buen hombre, que me apaño con los entrantes y ese jabalí de la marisma que remojé con un tinto con carácter, un vino de los que no le deben nada a nadie, de esos que la etiqueta no tiene que mentir ni está escrita para que se la crea un recién llegado.

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Dos días más tarde, a las nueve de la noche, me planté cámara en ristre y les confieso que sin gota de vergüenza, en el Palacio de los Medina Sidonia para asistir a un desfile de moda que a mí me resultó asombrosamente original. Las modelos desfilaban de dos en dos, llevando cada una, una collera de galgos. La belleza escultórica de las modelos, muy altas y subidas sobre unos topolinos de infarto, que diría una reiterativa de estos eventos, junto a esos galgos que son los modigliani del mundo perruno y el entorno decimonónico de la noble arquitectura andaluza del Palacio de «la duquesa roja», me fascinó. Por cierto, también salió a desfilar en dos o tres ocasiones la actual miss España, que así, entre nos, por la calle Barrameda tengo vistas muchachas andaluzas más guapas y esculturales. Y no es para quitarle méritos a la miss, es para hacer justicia, que en Andalucía hay mujeres para nombrarlas miss España o miss Mundo en cada calle.

Como con una buena cámara en mano en estos eventos, si le echas morro, creen que eres de la troupe. Así fue como me metí por delante y por detrás de la pasarela, llegando hasta donde las modelos, ocultas del público, hacían una y otra vez un entrenamiento rápido del desfile. Muchas hasta posaron para mí con su collera de esbeltísimos galgos. Para remate, llevaba en mi cámara una tarjeta con mi perrita Lluna, una hora después de haber nacido ésta, acurrucadita en el centro de la palma de mi mano. La imagen más tierna que os podáis imaginar. Y las modelos me rodearon para que les enseñara esa imagen. Yo pensé, «ya verás tú cuando me despierte». Pero esta vez, era verdad.