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¿Lo has escuchado alguna vez? - Sí – te contestas-. «La culpa es de los padres» y/o «la culpa es de los profesores»...

- Seguís en un país propenso a los enfrentamientos, a las pequeñas guerras civiles que nunca se acaban...

Pero tú, tras treinta y cinco años de docencia (se cumplirán el próximo día uno de noviembre) sabes, a la perfección, que, ante determinadas actitudes de los hijos/alumnos, en la mayoría de los casos, la culpa no es de unos, ni de otros... Como sabes, también, que no es fácil ser padre, que no es fácil ser profesor... E, igualmente, es en ti certeza la conveniencia de que progenitores y maestros vayan juntos de la mano para combatir multitud de factores que, en el exterior, seducen negativamente a los adolescentes, hoy: amistades peligrosas, internet, drogas, consumismo y... No os podéis permitir el lujo de la confrontación, porque incluso desde la colaboración mutua, la lucha por la educación será, sin duda, ardua. Por eso, tal vez, sería bueno que, como padres...

1.- Les dedicarais diariamente a vuestros hijos unos minutos para, simplemente, escucharlos... Contestar whatsapps no es, a la postre, algo imperativo...

2.- Conocierais a sus profesores, a sus tutores y que mantuvierais con ellos un diálogo fluido...

3.- Corrigierais y no justificarais a vuestros hijos... Esa sería una magnífica prueba de amor...

4.- Intentarais conocer con quién/es van...

5.- Hablarais con ellos...

6.- No dierais automáticamente por válidas sus confesiones sobre los conflictos escolares y que os afanarais en buscar la verdad, contrastando versiones...

7.- No los educarais en la facilidad de lo inmediato, de lo que no cuesta esfuerzo. De hacerlo, los convertiréis en dependientes, en minusválidos... Recordadles que la vida no es el instituto, ni el estudio un puesto de trabajo, ni su tutor el futuro empresario...

8.- No les permitáis que se escuden en el «no puedo/no sé hacerlo»"... Enseñadles el valor de la constancia...

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9.- Demostradles que, para ser felices, no se precisa de unas Nike o de un móvil de última generación...

10.- Si poseéis recursos, no os lamentéis, delante de ellos, de lo caros que son los libros de texto, porque vuestro hijo deducirá, subliminalmente, que le dais escasa importancia a su formación...

11.- Quejaros ante el profesor, pero no del profesor ante ellos, porque menoscabaréis la autoridad que éste necesita para ayudaros...

12.- No deis crédito al sofisma de que los padres educan y los profesores enseñan, porque los profesores igualmente pueden –y deben- educar.

13.- Ponedles a trabajar algún verano, aunque sea en un trabajo meramente testimonial. Así apreciarán el valor de lo que tienen y constatarán que los bienes no caen del cielo.

14.- Utilizad con mayor frecuencia el «No», aunque conlleve éste su enfado y su silencio...

15.- Educad no solo con palabras, sino con vuestra propia vida. No les exijáis que no copien en los exámenes si vosotros pagáis, por ejemplo, en negro...

16.- Enseñadles otros mundos distintos al suyo: el de las favelas, el de los que hurgan en los contenedores, el de los que carecen de escuelas... Por comparación, se sentirán afortunados y se mudarán en solidarios...

17.- No los uséis en vuestras desavenencias como moneda de cambio. Y amadlos sin medida, pero con ese amor que moldea y no hace dejación de sus obligaciones...

18.- Y dadnos a los profesores vuestras manos. Porque vuestra lucha –salvo excepciones en uno u otro bando- es la misma. Y los enemigos, poderosos...

Tras treinta y cinco años de docencia sabes, sin resquicios para la duda, que solo la educación podrá salvarlos de las miserias. Una educación que nace en casa, continúa en las aulas y corre el riesgo de deshacerse en las calles, reales o virtuales. La educación que exige, también, la no politización de los centros; el uso no partidario de las lenguas, pensadas para el entendimiento y no para la reyerta y la vocación de los que, en esos centros, ejercen... No resulta tarea fácil, pero nadie dijo nunca que lo fuera, tan solo que valía la pena...