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La Barcelona en la que estás es muy distinta a la que conociste. La de hoy, sin duda, más triste y sectaria. La fractura social se visualiza en las banderas estelades y constitucionales que cuelgan de los balcones en abierta competición, pero también en las almas de quienes las han colgado ahí. Ada Colau aún no ha mandado a los niños a recoger colillas, como en el Madrid odiado, pero ha hecho desaparecer institucionalmente toda referencia a la Navidad, mudada en solsticio de invierno, ante la atónita mirada de ciudadanos de buena voluntad, creyentes o no. También se te antoja más inculta: un emblemático cine ha cerrado sus puertas en la calle Pelayo y otro tanto han hecho dos céntricas librerías, mudadas, ahora, cómo no, en tiendas de ropa…

- ¿En qué piensas? –te preguntas-.

- En el debate que se dio, durante el Barroco, sobre qué tenía más importancia en la obra literaria: si el continente o el contenido –te contestas-.

Ya no anida en vuestras ciudades la duda: la forma ha vencido sobre el fondo; la apariencia, sobre la conciencia; la imagen, sobre la cultura; la fachada, sobre la reflexión…

En las Ramblas –en cualquier otra ciudad- nadie lleva bajo el brazo un libro… Pero todos manosean un móvil…

El lenguaje –el que permite, encorseta y construye el pensamiento- se pasea entristecido entre puestos de flores y heladerías ayer impensables. Busca quien lo ame. Y no lo encuentra… La mente vagabundea, ociosa, pero no así los dedos, ágiles, que construyen mensajes infantiles e inanes que conducen a la autodestrucción. Y el pensamiento mismo mendiga junto a un anciano sin piernas que busca esa caridad de la que, antes sí, hablaban los libros…

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En otra ciudad un cine se mudó en hotel y el hotel en una multinacional de la moda…

Y los docentes ya no leen, tan solo rellenan, con carácter de urgencia, vanos informes que no sirven más que para construir estadísticas que el poder estatal o autonómico luego exhibirá para demostrar, de manera torticera, que el sistema educativo, a la postre, sí funciona…

El pensamiento no recibe limosnas… El anciano sin piernas, alguna… La de quien, probablemente, algún día, le dio por leer y, por lo tanto, sentir…

En los colegios del futuro –lo sabes- no se enseñarán ya las preposiciones, ni el alfabeto… Las tablas serán otras y hablarán de correspondencias políticamente correctas. La maestra, ya sin puntero –y de seguro ultrajada- hablará de whatsapps y de equivalencias: «Niños: 'ad+' igual a 'además'; 'M1ML' igual a 'mándame un mensaje luego'; 'QT1BD', 'que tengas un buen día'; «'pq', '¿por qué?'; 'BSS', 'besos'; 'TPC', 'tampoco'… Niños: 'MÑA PF XDON EXAMEN' ('Mañana, por favor, perdón, examen'…)». Y los niños, rabiosos, no entenderán, de seguro, el último término… Puede que, tampoco, de perdón.

En las Ramblas –o en cualquier otro jodido lugar de este mundo de mierda que estáis construyendo- el pensamiento sigue en sus trece, con su cajita vacía, junto a ese mendigo sin piernas. En las aulas, las disciplinas promotoras de reflexiones varias no habrán tenido mejor suerte. Nadie deseará ser Quijote, ni partir en busca de su particular utopía. Nadie sabrá quién fue el Quijote. Punto…

Las Ramblas son otras… Solo las flores imprimen pincelada de humanidad. Y nadie, nadie, nadie, se pasea con un libro bajo el brazo. Puede que, mañana, el 23 de abril sea un 23 extraño. Y únicamente Apple tenga chiringuitos en la calle emblemática…

Puede, igualmente, que un día os despertéis y que vuestra mano, entre sábanas, busque el calor humano, la constatación de la ternura, la dulzura de un beso o el susurro de una voz y os encontréis, únicamente, con un maniquí de los que pueblan las tiendas de moda… Puede que, incluso, ya no penséis y que, por tanto, no sintáis… Pero siempre os quedará, entonces, el consuelo de vuestro whatsapp ('QT1BD'), la sonrisa de un gobierno y la certeza de que, a la postre, saldréis a la calle muy bien vestidos…