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Dicen que cuando la miseria entra en una casa, el amor sale por la ventana. Y que cuando la crisis y la insoportable corrupción penetran en un país, la radicalidad se cola, en él, por cualquier resquicio. Ese 'resquicio' no es otro que el voto depositado no con la razón, pero sí con el resentimiento; no con la serenidad, pero sí con un «se van a enterar»… Lo que ocurre, sin embargo, es que quien «se entera» finalmente no es aquel a quien se pretende fustigar, y probablemente con razón, sino uno mismo… Y con el primer latigazo, llega habitualmente el llanto tardío. Ese latigazo se viste, en ocasiones, de decepción cuando, por ejemplo, los 'círculos' se convierten en vicepresidencias y ministerios y la crítica a la 'casta' en un «¡oiga usted, que a mí me toca localidad de platea y no de gallinero!». La abuela (la del cuento, ya saben), entonces, se muestra como lo que verdaderamente es…
Pero el tormento sigue… «No me fío de los políticos que hacen promesas, eso sí, os prometo una cosa…».

Y, tal vez, un día –ese día fue jueves 4 de febrero de 2016, en Madrid- acudáis inocentemente con vuestros hijos a una representación de títeres en la que, ante un público infantil por adoctrinar, se ahorque a un juez y acuchille a una monja. O en la que una mujer embarazada sea apaleada. O en la que se den vivas a ETA… Te cuentan que dos de los titiriteros fueron detenidos por apología del terrorismo. Pero puede que, en un futuro más o menos cercano, esos mismos titiriteros no sean arrestados porque el Ministro del Interior sea uno de ellos… De esta guisa, dentro de algunas décadas, alguien quizás piense que eso de ahorcar jueces y acuchillar monjas, a la postre, no está tan mal… El Ayuntamiento, organizador del evento, echa pelotas fuera y señala que desconocía los contenidos de la obra… ¿Lo duda alguien? Mientras, se intenta suprimir (hubo rectificación a posteriori), en un cementerio, la lápida en recuerdo de unos inocentes críos que en Carabanchel murieron asesinados por el solo hecho de ser carmelitas… Eso es lo que algunos entienden por memoria histórica…

- ¿La has leído?
- ¿La frase?
- Sí. Te contestas. Circula por las redes sociales y compartes parcialmente su contenido: «Las recientes manifestaciones (sustitúyase por elecciones) no revelan a un pueblo que quiera ser artífice de su propio destino (que también, añadirías). Revelan a un rebaño molesto con su pastor».
- ¿Y?
- Que de la democracia asamblearia se ha pasado a la exigencia totalitaria: «No hables con fulanito, que me aparto… Apúntate, Pedro, las áreas que quiero gestionar…».
- Puede que eso no sea casta…
- Pues va a ser que sí…

En Madrid –ponga usted el nombre que desee-, existen o siguen existiendo, no obstante, pobres. Pero los gestos copan titulares: madres (que no padres) estuvieron a punto de limpiar colegios y los niños, de recoger colillas; se suprimieron belenes y la alcaldesa se fotografió con los pobres en Nochebuena, que un día al año no hace daño…
Irán y Venezuela, a la postre, no están, hoy, tan lejos…
Por eso os urge una izquierda moderna, intelectual, eficaz, tolerante, preparada y hábil que recoja ese lógico voto de castigo y, con él, emprenda una regeneración de este país, tan proclive a la pasión y tan poco dado a la razón. Y una derecha centrada y nueva, limpia, honrada, capaz de auparse cada vez más a programas solidarios, éticos.

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- ¿Quimera?
- Del todo…

Mientras, andáis por un callejón de difícil salida. Con la impresión, a cuestas, de que la derecha no se arrepiente y no está por la labor de excusarse, de regenerarse; de que a Pedro únicamente le importa Pedro; de que los extremistas nadan, complacidos, en los charcos malolientes; de que Rivera no sabe, a ciencia cierta, ni qué es ni hacia dónde va y de que alguien, aprovechando la coyuntura, se siente más proclive a levantar muros que a derribarlos…

Es, a fin de cuentas, la España de siempre, lamentablemente rediviva…


Juan L. Hernández Profesor