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Campaña sobre campaña… casi como un villancico. Somos votantes compulsivos y dados al voto de castigo, porque el programa habría que leerlo y reflexionar sobre lo que nos proponen, pero nuestra ajetreada vida social no da para tanto. De urna en urna y voto porque me toca. El bipartidismo se resiste a morir. Imposible el acuerdo de mínimos entre el 'indecente' y el 'miserable', de ahí el inmenso poder de las bisagras (con perdón). Podemos empeorar, desde luego, si seguimos sin un gobierno estable después del 26 de junio. Como si no nos jugásemos nada y los problemas se arreglasen solos… Pero somos ácratas antes que demócratas. Si no mandan los míos, prefiero que no mande nadie.

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Estamos rodeados de fanáticos y de pusilánimes: unos quieren imponer y otros se dejan avasallar. Unos callan, otros van haciendo. La extrema izquierda y la extrema derecha empiezan a salivar y a ganar adeptos. A fin de cuentas, tienen una cosa en común: su fascinación por la violencia, su intransigencia y su alergia a la libertad. Son felices teniendo alguien a quien atacar. Haciendo piña se sienten fuertes y seguros. No soportan la crítica ni la duda razonable. Buscan la uniformidad. Son gente de orden: ellos dan la orden y los demás obedecemos.

El pueblo tendrá la palabra nuevamente para decidir el gobierno de los próximos cuatro años, pero al ser la cita en pleno verano, después de las fiestas de San Juan, muchos querrán que siga el jaleo.