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Yo, que de por sí no renuncio a confundirme, me pone de los nervios que otros me confundan. El otro día, por ejemplo, acerté a entrar en unos grandes almacenes. Quería darme una vuelta por el club de gourmets para darme un homenaje. ¡Hombre!, un whisky elaborado en China me tenía a mal tener. Comprada la botella me dije, voy a ver qué podemos comer hoy en un estupendo restaurante que aquella gente tiene en la tercera planta. Y nada más entrar en una pizarra, como consejo del restaurante, anunciaban que tenían lagarto con verduritas. ¡Ostras tú! ¡Lagarto! Y me acordé de la primera vez y única que la había comido, era de cuando su consumo no estaba prohibido, incluso se gratificaba su captura por considerarlo dañino para los nidos de la avifauna. De manera que pillé mesa y ordené unos aperitivos mientras me preparaban mi lagarto, que tengo prisa en decir que su captura y por ende su consumo, hoy en día está prohibidísimo y sancionado con una multa que tirita el misterio. Por eso no comprendía que allí lo ofertaran en una pizarra. Será de criadero, pensé. Pues no señor, no era de criadero si no de una tira de carne pegada al solomillo del cerdo.  -¡Caballero!- me dijo el servicio de sala- su lagarto, en su punto. Yo sí que me quedé en su punto, de estupefacción, cuando recordé que por estos pagos a esa tira de carne vecina del solomillo de cerdo le llaman lagarto.