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A doña Paz Sirerol, cuya muerte, desatenta, te pilló en Barcelona. De quien, por su ejemplaridad humana y profesional, procede tu vocación… A quien tanto debo…

Entran en el aula, somnolientos, con mochilas cargadas de todo aquello –generalmente inútil- que habéis depositado sobre sus espaldas. Y con culpas ajenas y la crítica generalizada de quienes debieran enmudecer. Son, para muchos, ninis, maleducados, insolentes… Y las censuras provienen de quienes hicieron del mundo el estercolero que asoma por doquier y al que esos adolescentes están condenados. Ellos, sin embargo, no lanzaron a los cielos de la ira el «Enola Gay»; ni agitaron el badajo de un banco; ni distribuyeron la riqueza que a tantos les falta y a tan pocos les sobra… No fueron los artífices de la corrupción, ni de la doble moral que, sin embargo, les afecta…Puede que exista un pijo perezoso y abúlico. Pero, incluso a ese, le hicieron así… Porque nadie nace gilipollas…

Y llegan –muchos- con situaciones dramáticas que conviven junto al compás; con la desesperanza que, pegada al libro de Física, les comenta que, aunque estudien, lo tienen crudo, porque el valor, el esfuerzo y la constancia ya no cotizan en bolsa porque hubo un tiempo en el que, no gentes de izquierdas, sino burgueses disfrazados de progres, de esa guisa lo pensaron… Y así os va…

Hoy, como ayer –espero que no como mañana- vienen, pues, desencantados. Y tú, cansino, les repites el mismo verso machadiano… Un Machado redivivo por el don de la palabra que les recuerda aquello tan bellamente espeluznante de que el presente es malo, pero el futuro es suyo…

Hoy, también, un alumno avezado y hecho un lío te inquiere sobre quién es Roberto Dylan… Y tú le explicas de que va eso, aunque Roberto Dylan es, en realidad, Bob Dylan… Y se quedan, de pronto, calladitos. Porque eso sí les interesa: tiene algo que ver con ellos…

Pero antes les preguntas cuántos leen poesía…

Solo tres manos surcan el aire…

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Iteras la pregunta, modificada: «¿Cuántos de vosotros se saben la letra de una canción?»

Y luego las manos izadas son todas… Se lo explicas… Les razonas que el texto de una melodía no es sino poema…

Vuelves a Bob… Y en la bendita pizarra digital les proyectas un desgarrador vídeo de «Blowing in the wind», tras comentar la letra. Y el silencio es, entonces, elocuente… «¿Cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón/ Antes de que sean prohibidas para siempre?» –les inquiere Dylan-. «¿Cuántos años puede la gente existir/ Antes de que les sea permitida la libertad? ¿Cuántas veces un hombre puede girar la cabeza/ Pretendiendo que él no ve?¿Cuántos oídos debe tener un hombre/Antes de que pueda escuchar a la gente llorar?¿Cuántas muertes tendrán que pasar hasta que él sepa/ que mucha gente ha muerto?» –concluye el Nobel de Literatura 2016-.

Mientras la emblemática canción revolotea por el aula, la pantalla os muestra los frutos de vuestra ignominia: mendigos en las calles, niños esclavizados, pobreza, enfermedad y muerte…

Te preguntan, desde su ingenuidad todavía no quebrada, que cómo se soluciona eso…

Y les respondes, tras casi cuarenta años de docencia y con dolor, que, simplemente, no lo sabes, porque, precisamente, la respuesta sigue estando en el aire, porque a nadie le interesa, por incómoda, recogerla…

Ellos callan, como nunca callan… Y solo rompen ese inesperado silencio para entonar al unísono el estribillo. Cuando acaba la clase vuelves a Machado y les sugieres que tal vez ellos puedan hallar esa respuesta. Porque el mañana es suyo…

Un alumno, nada adulador, finalmente se te acerca y te suelta, a bocajarro, que ese Dylan es cojonudo y que han hecho bien en darle el Nobel. Sus ojos se han humedecido. Aunque, de preguntarle, él, de seguro, lo negaría. Y el aula es ya otra, aunque la respuesta siga en el aire, a pesar de haber estado, un tiempo, junto a ellos…