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El temporal ha arreciado en este mes que se acaba. Hasta tal punto que se han interrumpido las rutas marítimas y se ha atisbado un problema de escasez de suministro de algunos productos. Imagino que eso habrá provocado una cierta inquietud entre los que lo compran casi todo por internet: ropa, calzado, libros, recambios de automóvil, electrodomésticos, módulos de pladur, comida, regalos, productos de belleza; el café. Es tan bonito. Todo un mundo en un click. Pasas la tarjeta de crédito. Y tan cómodo. Te lo traen a casa. Y si no te gusta lo puedes devolver. El incremento de compras por internet en Navidad fue espectacular, pero en enero y febrero también se han alcanzado cifras récord.

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El sueño. El temporal dura tantos días que el problema de suministro es cada día más importante. Incluso mejor: la tormenta deja a la Isla sin internet. Poco a poco, los menorquines vuelven a las tiendas a comprar. Los productores locales sacan los excedentes que este año no se perderán. Las empresas empiezan a contratar a gente porque hay más demanda. A soplo de tramontana la economía local parece recuperarse. Pero vuelve la conexión e incluso aquellos que han encontrado un trabajo aprovechan su sueldo para comprar más barato por internet y… son despedidos.

Me doy cuenta de que la parte buena del sueño es el sueño de Trump y se convierte en pesadilla. Sin embargo, no puedo desprenderme, inquieto, de la idea de que provocamos lo que aborrecemos. Lo hemos hecho los periódicos al anticipar la desaparición del papel fomentando los contenidos digitales gratuitos. Ahora las nuevas tendencias de consumo amenazan las economías locales y el empleo. Siempre habrá una multinacional en tu pantalla capaz de ofrecerte los mejores precios. Un proceso imparable, afirmamos los mismos que impulsamos los cambios. Al menos los transportistas tendrán más trabajo cada día. Al final, deberemos esperar que vengan cada año más turistas y que no sean virtuales.