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Señores Mas, Homs y Puigdemont, si ustedes han perdido la capacidad de sonrojarse, dejen que sea la mayoría de la ciudadanía española y también catalana la que se sonroje por ustedes porque vamos a ver, ¿alguno de ustedes aún se siente con coraje para alegar ignorancia sobre lo que permite o deja de permitir la Constitución? ¿Cómo pueden decir que lo que prohibe el Tribunal Constitucional no les confiere? ¿Cómo alegar ignorancia sobre su prohibición del 9-N? Creo recordar que fue precisamente Josep Tarradellas quien dijo: «En política se puede hacer de todo menos el ridículo». Me parece que el señor Tarradellas no les conocía a ustedes o por lo menos desconocía su peculiar forma de ejercer el maravilloso oficio de la política, respetando de paso, como es natural, las leyes de su país que tanto si les gusta como si no, es España.

Mala cosa es que un político, para mantenerse al pairo de los vientos judiciales que amenazan con desarbolarle su nave independentista, eche mano de la ignorancia propia cuando no de la torpe mentira que supone alegar ignorancia en aquellas cosas que precisamente, como políticos y con altos cargos, deberían de saber (y saben).
No se pueden tener afanes secesionistas ocultándole a quienes se van a ver inmersos en sus consecuencias todos los pros y los contras con absoluta claridad porque una independencia lograda desde la marrullería, si fuera así, sería una independencia destinada al fracaso o al sufrimiento, como poco de la mitad de la población.

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Si lo que se quiere es un referéndum, los votantes del mismo tienen todo el derecho, porque les asiste la razón, a saberlo absolutamente todo. No basta con el fervor secesionista de unos cuantos políticos, que para mí tengo que en algunos casos da la sensación de que se han metido por una trocha sin desbardar, sin haber medido bien las consecuencias, tanto si se logra como si se fracasa en el intento. Cualquiera de los dos casos supone un coste que en ocasiones puede ser muy caro. Por de pronto ya han alcanzado la alta cota de la intolerancia entre la ciudadanía como es la aberración de separar los buenos y los malos catalanes. Por ese peligroso camino se llega con repetida frecuencia histórica al fracaso. No hay más que repasar un poco la interminable historia de antiguos afanes separatistas para ver cuán caros e inútiles fueron aquellos amargos episodios. En eso, salvadas sean todas las distancias, no puedo dejar de recordar y lo señalo como anécdota, que tras la intentona golpista del 23-F, tan solo unas horas más tarde, no fueron pocos los que se fueron deprisa y corriendo Pirineos arriba hacia Francia. Eran los que siempre actúan como «el capitán araña, que embarcó a la tropa y él, por si las moscas, se quedó en tierra».

En una cuestión tan seria, tan transcendental como sería independizarse del resto del país, hay que ir, si es que se va, con toda la razón, con toda la verdad y con toda la claridad, amén que con una mayoría bien informada, para nada con informes sesgados o partidistas, alimentados por una idea equivocada de lo que significa ser independientes.