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Antes iba uno a una exposición de fotografía y sabía cabalmente lo que estaba viendo, que era, en puridad, lo que había visto el fotógrafo con mayor o menor sensibilidad, conocedor de las posibilidades que le ofrecía su cámara, donde además, el propio fotógrafo, graduaba la luz, la velocidad, etc.

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Ahora las cámaras modernas prácticamente solo exigen encuadrar el objeto y apretar el disparador, tener buen gusto y poquito más. Cuando voy a alguna galería madrileña o por cualquier otro lugar donde me encuentre, me pregunto hasta dónde son aquellas fotografías originales, sin Photoshop o hasta dónde les han pasado por encima la garlopa corregidora de defectos, como esas otras fotografías que adornan gráficamente una entrevista de prensa. Si conoces a la moza del reportaje puede causarte sorpresa por lo tuneada que la muestran, a veces tanto que seguramente ni la propia interesada se reconoce.

Confieso que en mi muy amplia colección de fotografía, hay una hábilmente manipulada. Fue en ocasión de la entrega de un premio Cervantes que fotografié al rey Juan Carlos, a Gallardón y a un general. Me di cuenta que no tenía ninguna fotografía tan buena del rey y Gallardón, así que ni corto ni perezoso se eliminó al general y quedó una fotografía magnífica… sí, magnífica pero trucada, manipulada, por consiguiente falsa.