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Donald Trump está dispuesto a ganar todas las guerras en las que se embarca. Una de las que tiene declaradas es contra los periódicos norteamericanos, a los que se enfrenta con su cuenta de Twitter. Su desprecio por los medios escritos en el país de la libertad de prensa es un órdago que trasciende la política y plantea la fuerza que tienen los diarios escritos y también los digitales en el cambio de era que vive la comunicación en todo el mundo. También aquí.

Hasta hace muy poco tiempo, una denuncia bien contrastada de un solo medio podía tumbar a un presidente de Estados Unidos. Hoy basta un Twitter de Trump para cuestionar, sin argumentos, las informaciones de los medios y convertir los datos en meras opiniones que transitan por las redes.

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La tentación de Trump es la misma a la que sucumben algunos políticos cercanos. Cuando no les gusta lo que se publica tienden a despreciar al medio y se descantan por difundir «mi verdad» a través de las redes. El ascenso de Podemos ha dado alas a los políticos que están convencidos de que se puede pasar de lo que escriban los periódicos si se lleva a cabo una buena gestión de las redes. El community manager de cada partido se está convirtiendo en una pieza clave para el marketing electoral, que se desarrolla durante todo el año. Trump ha demostrado también la eficacia de las redes para crear informaciones falsas con apariencia de credibilidad. Ese es otro riesgo en la gestión de la información.

Es curioso como son los medios tradicionales los que han perdido credibilidad entre los ciudadanos y en cambio, se cuestiona poco la veracidad de lo que circula por la red.

Quizás sea un sueño, pero puede que en el futuro se valore la labor profesional (honesta) del periodista, de los pocos que queden ejerciendo esta profesión.