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Filósofo, editor, empresario e ingeniero, Salvador Pániker Alemany, que falleció el sábado en Barcelona, a los 90 años, no ha podido ver editado el último volumen de sus diarios, «Adiós a casi todo», que salió de la imprenta dos días antes.

Es Emili de Balanzó, lector atento, amable y constante, quien señala las referencias a Menorca en «Cuaderno amarillo», publicado en 2000 por Pániker, cuyo estilo fue adjetivado por Iván Tubau como «hondo, lúcido y cool, cálido donde hay que serlo e implacable sin perder los estribos».

Visitó Menorca Salvador Pániker en 1993. Su prodigiosa visión de la Isla nos devuelve la mirada a un ritmo y unas cadencias que se pierden en la bruma de un tiempo evocado: «Me ha gustado Mahón, sus casas de puertas sólidas, sus ventanas pintadas de verde, la profusión de aldabas en las puertas, los edificios bajos, la limpieza de las calles, el ambiente poco ruidoso, una cierta reserva, reminiscencias quizás de la dominación inglesa».

Describe a los menorquines como «afables y precavidos; tanta invasión deja a las gentes amoscadas», tras explicar que hemos sido codiciados por navegantes griegos y fenicios, romanos y cartagineses, moros berberiscos y cristianos de diverso pelaje; catalanes, franceses e ingleses.

Genial la comparación entre dos islas: «Ibiza es una isla africana, Menorca es una isla europea; en Ibiza predominan los vientos del sur, en Menorca la tramuntana».

En Ciutadella, capital eclesiástica con bellos edificios de estilo italianizante, su amigo Bernardo Torre Saura «tenía por ahí un palacete». Nos quedamos con la última reflexión de Salvador Pánker: «Se adivina en la gente una cierta voluntad de preservar la intimidad y la belleza, una civilizada reserva y soledad. Se escucha hablar en menorquín y castellano, indistintamente».