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Suele sucederte cada vez que pernoctas en un hotel. Duermes mal y, de repente, te despiertas de madrugada, palpando en la oscuridad incomprensible, todo cuanto te rodea. No está a tu alcance, como siempre, el viejo y leal despertador, ni el libro de turno, ni… Luego, sobresaltado, hurgas el nuevo mundo buscando un interruptor que, tras angustiosos tanteos, descubres y fuerzas, quebrando también así su reposo. Se hace la luz y recuperas la cordura perdida. Estás –ahora lo recuerdas- fuera de casa, en un hotel, sí… Entonces, a duras penas, te levantas, tambaleándote por el sopor que te invade y alcanzas el lavabo, donde un espejo inmisericorde te muestra tu calvicie en expansión, tu barriguita prometedora y las huellas del inexorable paso del tiempo. Te sientes, entonces, envejecido –que no viejo- y feo…

Abatido, regresas a la cama cuando, de la pantalla del televisor permanentemente encendido (te hace compañía) emerge un joven atleta cuya fortaleza y juventud, por contraste, no hace más que ahondar en el reconocimiento de tu decrepitud. ¡Maldita teletienda de las narices! El chaval, hercúleo, glosa las bondades de un inútil aparato de gimnasia que quiere, ¡natural!, endosaros vía visa. Para más recochineo, el susodicho aparece rodeado de nórdicas bellezas con las que tú, seguro, harías hoy el ridículo… «¡Cabrón!» – le espetas, malhumorado, mientras acaricias los cuatro últimos pelos heroicos (los tienes contados) que pueblan tu, digamos, cabellera-.

Y es que la programación nocturna de televisión tiene muy mala leche (¿para qué engañaros?), resulta estúpida e, incluso, si te apuran, criminal. ¿Quién ve a esas horas la 'caja tonta'? Los estudios confirman que, básicamente, los ancianos, los enfermos y los solitarios… Pues bien: ¿A un anciano le enseñas el cuerpo de un joven para que recuerde lo que fue y no volverá a ser? ¿Para joder, no? ¿Y, por añadidura, lo rodeas de sensuales chicas del todo apetecibles? ¿Es que quiere alguien que los viejecitos noctámbulos la espichen? ¿Es eso? ¿Y de los enfermos? ¿Qué hay de los enfermos? ¿Se les anima a que se pongan a hacer gimnasia a esa hora y en calzoncillos? ¿Se les invita a que hagan mil abdominales utilizando todo tipo de potros de tortura? ¡Hay que ser muy malnacidos para hacer eso!

Y, de los solitarios y resacosos, mejor no hablar…

Todo está, al parecer, previsto para que el índice de mortalidad senil aumente en vuestro país… Así que, por si acaso alguien (tras comprar artilugios de gimnasia, fiambreras, pinceles absurdos, limpia lechugas y orinales en oferta) sobrevive a esa teletienda de los horrores –y para rematar la faena- las cadenas recurren a la brujería, dando cabida en sus emisiones a las pitonisas-telefonistas-estafadoras-embaucadoras de turno que, en esta nación de incultura y pandereta, todavía sobreviven…

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- ¡Hola, cariño! – saluda la corpulenta adivina de negro con bigotillo mal maquillado que le asemeja a una foca deprimida-. Por tu voz y mis cartas, sé – continua- que eres una jovencita que quiere hablar de amor…

- ¡Oiga! ¡Que me llamo Paco y soy camionero! ¡Sin faltar!

- Lo sabía… Lo sabía –responde la foca con voz entrecortada- Ejem… Ejem… No te oigo bien, cariño… No te oigo bien… Pasemos a la siguiente llamada… ¿Con quién hablo?

- ¡Pues menuda mierda! –contesta el siguiente incauto televidente consultor-.

Y luego, pues eso, que corta…

¡Uf! ¡Créame! Si está usted en un hotel y padece de insomnio, si pugna por mantener su dignidad, serenidad y raciocinio, no encienda nunca, de madrugada, el televisor. Baje, en su defecto, a recepción y échese unas risas con la recepcionista –si se deja- o coja un taxi y regálese un garbeo por ahí… En caso contrario, a la mañana siguiente, durante el desayuno, la camarera probablemente le preguntará «¿qué tal?». A lo que usted, adormilado y muerto de sueño, confesará: «¡Fatal! Me siento viejo y barrigudo, he comprado un aparato para limpiar lechugas y me ha visitado una bruja que se parecía a una foca!». Pues eso…