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Víspera del 1 de mayo. Los franceses votarán agobiados por el terror yihadista y la inmigración mal integrada que amenaza su cohesión nacional. Entre Le Pen o Macron (ni Fillon ni Melenchon) Europa sigue en el alambre.

Aquí, los socialistas obreros españoles celebran (es un decir) sus primarias a cara de perro. Susana, Pedro o Patxi decidirán el rumbo ideológico y programático del partido. La tentación radical entre las bases puede hacer que la escisión iniciada se ahonde. Los consensos constitucionales sufren constantes erosiones.

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Theresa May convoca a los británicos para que le concedan cuatro años antes de que empiecen a notarse las consecuencias reales y más chungas del brexit. ¡Buena la hemos liado! Las superpotencias están inquietas y cabreadas.

Estamos con la temporada de verano a las puertas y pocos saben lo que puede pasar al volver de la playa. La casta se ha convertido en la trama, según los expertos propagandistas del círculo de electores. Los malos van cambiando de nombre en una sociedad propensa a la corrupción y el maniqueísmo: inveterada costumbre de dividir a la gente entre los buenazos justicieros y los malvados insalvables. Sin matices.

Cuando la cosa se complica y nadie entiende nada, la gente necesita algún relato (por pueril que sea) que explique lo inexplicable. Los resentimientos que flotan en el ambiente buscan chivos expiatorios. Se llamen casta, trama o, simplemente, los otros.