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Sant Joan es la fiesta de Ciutadella, pero también es mucho más que la expresión de la identidad festiva de toda la población del poniente menorquín. Porque esta celebración lúdica y centenaria ha sabido preservar elementos únicos -entre los que sobresalen la transmisión oral de los Protocols y la figura del caixer senyor- que le confieren un carácter de originalidad y autenticidad donde radica su salvaje belleza y viril atractivo.

Hace años que está abierto el debate en torno a la masificación en los actos más singulares que se desarrollan en unos escenarios urbanos cuya capacidad está limitada: la plaça des Born, ses Voltes, Santa Clara, Es Pla...

El director general de Ports del Govern, Xavier Ramis, alude al derecho constitucional y a los tratados de libre circulación de la Unión Europea para mantener los trayectos extraordinarios de las navieras y aerolíneas que, un año más, trasladarán a más de 30.000 personas a Menorca, atraídas por la vivencia atávica y espectacular de Sant Joan de Ciutadella. Unas jornadas donde se combina y estalla el solsticio del verano con el origen religioso de la fiesta menorquina por excelencia, y su antigua raíz payesa.

Sant Joan se ha adaptado y ha evolucionado durante siglos, con sucesivos cambios, que el recordado maestro Josep Pons Lluch, Bep Padet, calificaba con acierto de 'empelts'. Cuando el Ayuntamiento de Ciutadella reclama ayuda a otras administraciones para 'pagar las fiestas de Sant Joan' es el momento de plantearse qué medidas hay que aplicar. Hemos pasado del pronóstico del historiador Rafel Mª Oleo -a mediados del siglo XIX- sobre el fin próximo de la cita santjoanera a morir de éxito. Ciutadella debe dar respuesta a las demandas, de organización y logística, para celebrar las fiestas del siglo XXI. Ello implica restringir y controlar el acceso a los espacios urbanos que acogen los actos ecuestres.