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Al ver al Rey, al presidente del gobierno y al presidente de la Generalitat agavillados frente al terrorismo en la Sagrada Familia de Barcelona, algún incauto pensó que el problema del separatismo se había atemperado hacia ese símbolo de mantener la unidad. Craso error. Puede que la unidad se mantenga frente al terrorismo, pero acaba de hoz y coz frente al independentismo. Entonces menuda unidad es esa.

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Por analizar por enésima vez la situación catalana, diremos que los políticos catalanes saben muy bien que no pueden dar marcha atrás después de haber llegado donde han llegado, aunque sepan palmariamente que se están dirigiendo hacia un desastre anunciado. La ecuación, su ecuación, es sencilla, tienen que tirar aunque eso signifique pasar por encima del Tribunal que se les ponga por delante. Les da igual que sea el Constitucional, el Supremo o el tribunal de las aguas de Valencia. Con un programa que no hay por dónde cogerlo le plantan cara al lucero del alba. Luego, cuando esas mismas leyes que les permitieron ocupar los cargos institucionales que ocupan, les acorralen anulando lo que han propiciado, desvertebrando de paso la unidad ciudadana, vendrá con toda su virulencia el capítulo tan manido del martiriológico «nosotros hemos hecho todo lo posible para que se celebrase el referéndum que en puridad era lo de menos, porque lo que en verdad nos apetece es la independencia, el separatismo, la segregación, o sea las tres cosas juntas; y ellos, los de Madrid, son quienes lo han impedido, manipulando los tribunales a su capricho». Hacerse las víctimas después de redimirse del final de la torpe aventura con la que han ilusionado a una población que aún cree que «España ens roba», una población interesadamente manipulada hasta la saciedad, hasta hacerles creer que una vez separados de la 'cruel' España, en Cataluña se van a poder atar los perros con butifarras.

Si nos miramos un instante las caras de algunos independentistas, uno se pregunta: ¿pero estos son los que van a dirigir la independencia catalana? Personajes hoy en el candelero independentista como Turull, Romeva, Junqueras, Anna Gabriel, agavillados junto a Puigdemont. Desde mi opinión, y bien sabe Dios que siento decirlo, sólo se me alcanza decir: ¡pobre Cataluña, pobres catalanes! Una cosa tan disparatada como aquellos amigos que tenían todos Parkinson y no se les ocurrió otra cosa que ponerse a robar cencerros. Lo de los días 6 y 7 de septiembre que mostró la televisión en el Parlamento catalán no es más que un anticipo de una ciudadanía al borde de un enfrentamiento imposible de cuantificar. Por de pronto ya hay catalanes buenos y catalanes malos. La independencia de casi todas las naciones del mundo ha tenido mayormente un alto precio en sangre, cárceles, presos y miles de ciudadanos que han tenido que abandonar su país. La independencia nunca es el resultado de prudentes y sabias palabras, más bien suele ir acompañada de desastrosas experiencias, incluso para quienes fueron los autores más señalados en este tipo de situaciones. En cualquier caso, me pregunto quiénes son realmente los que quieren la independencia y por qué la quieren. Como dice mi hija: qué ganas tenemos de complicarnos la vida complicando las cosas.