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Al abrir esta mañana la nevera he encontrado en su interior a Puigdemont (como lo oyes), visiblemente exacerbado impartiendo catequesis a unas costillas de cerdo que tenía yo previsto utilizar para crear valor añadido en unas alubias de Tolosa que también -dicho sea de paso-, compartían hoy nicho con la carne y los yogures en la parte alta del refrigerador. De entrada me he asustado. No todos los días se le aparece a uno un profeta, y mucho menos en el frigo. A pesar de la sorpresa he conseguido abortar (aunque a duras penas) la inminente entrada en pánico a que parecía abocado. A serenar mi ánimo ha ayudado sin duda el oportuno recuerdo del valor mostrado por Nicolás Maduro, quien en similar trance (aparición de pajarito/Chávez) supo reaccionar con enorme sangre fría. Confieso que en mi caso el primer impulso (que he seguido, por cierto, como un solo hombre) ha sido cerrar inmediatamente la nevera, no fuera que el estelado iman se fijara en mí y decidiera pontificar un ratito a costa de mi humilde persona. No tengo nada en contra -Dios me libre-, de las creencias religiosas, pero temo no ser demasiado proclive a comulgar con banderas de molino (se me atragantan), y además debo confesar que encuentro algo tediosos ciertos ritos; aquellos que abusan de letanías por ejemplo.

Sea como fuere decidí dejar cerrada la nevera hasta nueva orden, en la esperanza de que incluso alguien tan sobrado de entusiasmo como el simpático caudillo-echado-al-monte, acabaría tarde o temprano por dejarse vencer por el sueño, momento que yo aprovecharía para rescatar de la encerrona a las alubias y las costillas, cruzando los dedos para que a esas alturas no se hubieran ya echado a perder tras sufrir durante horas la previsible soflama (en francés, quizás incluso, siendo así que me consta que las alubias no entienden sino latín y el puerco, natural del Condado de Essex, apenas habrá escuchado durante su ingrata vida instrucciones impartidas en inglés, cuando no en cockney).

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No importa - pensé-, con la nevera en moratoria aún puedo desayunar en el pub de la esquina (a la sazón me hallo en la pérfida Albión); incluso, si me apuras, despacho el trámite con media pinta de Guinness, que apuesto a que tiene carbohidratos para aburrir. Pero antes debo anular una cita médica programada para la semana entrante: hasta que Puigdemont no sea coronado (o embutido en chándal modelo presidio, que vaya usted a saber de qué lado caerá su tostada); o dicho de otra manera: mientras Puchi siga hiperactivo apareciéndose hasta en la sopa no me arriesgo a la exploración de colon prevista, no sea que le dé por organizar una conferencia de prensa a las puertas de mi tracto rectal. Eso sí que no se lo permito a nadie. Quiero a mi médico perfectamente concentrado en la tarea, máxime cuando se trata, si no de las cosas de comer, sí de mis cosas de descomer. Bajo ningún concepto aceptaría que me lo distraigan en momento tan delicado vendedores de hologramas de paraíso, que ya sabemos que resultan tan irresistibles como los crecepelos o alargadores de miembros íntimos, aunque sean virtuales.

Aunque mucho me temo que toda precaución me resulte vana si, como intuyo, el agente Cipollino estuviera tuneado (el KGB no repara en gastos) con los últimos avances en ubicuidad operativa, basados en la física cuántica y desarrollados en el CERN por los mismos prestigiosos científicos que están a punto de descubrir que la realidad no puede existir, en cuyo caso es muy posible que ese extraño tipo que hace bailar a una cabra en lo alto de un taburete en mitad de la acera bajo el balcón de mi habitación no sea otro que nuestro héroe, entregado ahora a la tarea de evangelizar a los anglosajones, una vez convertidos satisfactoriamente los flamencos.

Desde que Carles Gotera empezó su carrera en solitario (ya no hace arreglos con su compadre Otilio Junqueras), las apariciones paranormales (bolos) del Caballero de la Augusta Pelambrera son impredecibles, y posiblemente imparables. No obstante, y por si sirviera para blindar al menos mi siesta, he colgado una ristra de ajos en la cabecera de la cama.