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Al cumplirse el 110 aniversario del nacimiento del cardenal Vicente Enrique y Tarancón (Burriana, Castellón, 1907-Valencia, 1994) ha sido valorada su trayectoria, sus discrepancias con el general Franco y el papel clave que desempeñó en la sociedad española de la Transición.

Según Juan G. Bedoya, Tarancón, al que define como «un eclesiástico liberal y naranjero», fue el cardenal que hizo llorar a Franco. Obispo a los 38 años -el más joven de España- de la pequeña diócesis de Solsona, que posteriormente fue regida por los obispos de Menorca Miquel Moncadas y Antoni Deig, Tarancón sobresalió por la valentía y de sus escritos que irritaban al régimen franquista. En la pastoral «El pan nuestro de cada día», publicada en 1950, denunciaba el hambre, el racionamiento, la prisión y la represión, lamentando que «después de la guerra, la guerra sigue». En sus memorias escribió: «no me lo perdonaron; alguien preguntó al nuncio Cicognani cómo yo seguía en Solsona después de 18 años, y el nuncio respondió: 'mira, hijo, hasta que los del Gobierno no digieran el pan...».

En septiembre de 1976, siendo arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Tarancón vino a Menorca tras ser invitado por el obispo Moncadas. Ofreció una improvisada rueda de prensa en el aeropuerto, antes de concluir su estancia en la Isla. Recuerdo el cigarrillo humeante y unas cejas muy pobladas durante aquella conversación en la que afirmó: «es natural que en la Iglesia surjan tensiones porque, a pesar de que estemos de acuerdo en que la renovación es necesaria, en su intensidad es difícil ponernos de acuerdo». O sea, cómo acompasar el cambio.

Al preguntarle si Miquel Moncadas sería trasladado a una diócesis catalana, respondió que era «un rumor infundado, porque lo ha hecho bien en Menorca», pero al año siguiente Moncadas fue nombrado obispo de Solsona y después vino Antoni Deig. Finezza vaticana.