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Cuando llegan estas fechas del año que se nos va del calendario, algunos supermercados y tiendas de barrio bien estantes, ofertan productos que no pudimos encontrar durante los meses del año que hemos ido dejando atrás. Nunca encontré tiempo para pararme a reflexionar porqué solo nos ofrecen como producto gastronómico festivo el turrón en Navidad ¿Es que acaso no estaría bueno en el mes de octubre? ¿Y nuestro cuscussó?

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Lo buñuelos pringados de arrope o de miel que son propios de Todos los Santos sin respetar el calendario, los he disfrutado en Semana Santa, y hace cosa de un mes los comí en la casa de una pintora. Bien, pues el turrón no, el turrón tiene que ser por Navidad. Antes, y mis amigos los payeses no me dejaran mentir, las formatjades eran privativas de la Semana Santa. Recuerdo que mi madre que gloria haya, me decía ¡no se te ocurra hincarle el diente a una formatjada hasta que Cristo no haya resucitado!», aquel deseo materno iba a misa. Yo olía las formatjades recién horneadas, y me entraban unas ganas locas de que el Crucificado resucitase cuanto antes. Ahora puedes comer este producto gastronómico cualquier día del año, y claro, eso ha matado mucha hambre, pero se nos ha ido con la abundancia aquella ilusión, como lo de las ensaimadas de Sant Joan con chocolate, y eso que para Sant Joan que es el 24 de junio, las ensaimadas y el chocolate son muy calóricos, pero resultas una exquisitez, sobre todo cuando uno es como un servidor de condición golosa. Será cosa de la edad o de mis achaques culinarios, pero el día 24, Nochebuena, en nuestra mesa familiar se sirvió un plato que se mire como se mire, no lo veo yo muy navideño, albóndigas en salsa acompañadas de unas patatitas. Solo sea por darle un toque diferente dada la cena que era, la carne de las albóndigas, además de ajo, perejil y un migajón de pan empapado en leche, tenían una picada de trufa que las vistió de fiesta. Debe ser mi vena de gastrónomo rebelde, pero no me importa saltarme los cánones establecidos. No necesito atiborrarme de marisco para luego no volver a probarlo hasta la próxima Navidad. Este año para más exactitud en el mes de octubre, disfruté con María de una espléndida mariscada en el mismísimo puerto de Cudillero (Asturias) con una botellita de vino Pescador, Y sin embargo la noche navideña, el marisco se ha reducido a unas almejas en salsa que María tiene la costumbre de bordarlas. Bueno… en la sobremesa disfruté de una copa generosa de un grappa di ramandolo, nada más y nada menos que de 1886. La humildad de las albóndigas, un plato casi minimalista, lo amorticé con la increíble nobleza de un destilado de hace 131 años, que un alma generosa tuvo a bien obsequiarme con una botella. Una joya que me costará olvidar y que estoy dispuesto a administrar con la prudencia que me dan los años.

En cualquier caso, la mejor gastronomía humilde o suntuosa, será aquélla que compartamos con los seres queridos, aclarando que es legítimo, que para las navidades se vistan las mesas con fiambre especiales, que al fin y al cabo es una vez al año. Dicho lo cual, déjenme añadir, que ninguna comida navideña me ha hecho disfrutar más que en ocasiones muy concretas un par de huevos fritos y un buen tall de sobrassada as caliu. Son, pueden creerme las confesiones de un gastrónomo sincero.