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En un mundo postapocalíptico, en la ciudad de Bartertown, donde residen fulanos de todo tipo y una increíble Tina Turner (tía Ama), la comunidad malvive extrayendo la energía del excremento de los cerdos. Algunos recordamos la cinta de ficción de 1985, a Mel Gibson o 'Mad' Max recorriendo un desierto desolador y ese submundo donde los gorrinos y su porquería se convertían en un tesoro, porque el metano que generaban hacía que funcionaran luces, motores y vehículos. Han pasado más de 30 años desde que en los cines la cuestión de la energía gorrina moviera a la risa en las butacas y se planteara como una distopía; ahora más bien se ha convertido en la solución a muchos de nuestros males energéticos, disponible aunque llueva o no haga viento, porque la basura que producimos es inacabable, casi más que la de los cerdos del submundo de la película. El biogás, la mezcla de dióxido de carbono y de metano, este último el preciado combustible, no se ha desarrollado ni de lejos como para abastecer una ciudad, sigue siendo el futuro, pero está más cerca. Permite no tirar nada (o casi) y rentabilizar hasta las heces del ganado y las nuestras, si los fangos de las depuradoras están bien tratados.

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El Consell trabaja en un proyecto ambicioso en el que ya ha calculado que Menorca generará en 2025 cerca de 26.000 toneladas de biorresiduos susceptibles de producir biogás. Una propuesta que avanza y que probablemente se instale en Milà. Será una salida para los residuos y una manera de reducir el uso de gasoil en el horno de la planta actual.

Hay que estar abiertos a estos cambios. No se puede seguir en la queja por el maltrecho planeta y el escaso porcentaje de renovables que producimos y luego poner palos en las ruedas de cualquier proyecto de energía alternativa, como los fotovoltaicos.