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Rodeado de libros y de flores, veo la primavera estallar ante mis ojos. Todo lo malo se disuelve cuando le aplicamos una gruesa capa de optimismo. Hay botellas medio llenas, parejas que se quieren, personas que se ayudan, niños y niñas jugando felices sin pensar en mañana ni en pensiones.

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Hay que plantarle cara a todo lo negativo, me digo últimamente. Incluso a lo mediocre y anodino. Hay tanta gente abducida por las palabras y los mensajes que conducen al caos. Tanta gente inmoral, inconsciente y chabacana. Hay muchos signos de decadencia aunque nos digan, algunos respetables gurús, que la economía marcha bien. Hemos renunciado a un proyecto común e integrador para tratar de imponer a los demás, de forma excluyente, lo que no se negocia ni se vende. Es un camino de perdición. Hay quien solo reacciona cuando la violencia hace un daño irreversible.

Pero volvamos a la primavera y a su fiesta de colores y de letras. Pienso en lo que he leído y en lo que me queda todavía por leer. Estoy agradecido de sentirme cada vez más ignorante. Solo quien tiene sed conoce el auténtico valor del agua. Abundan los sabelotodos que combinan la vanidad, la codicia y la soberbia. Hemos puesto herramientas potentísimas en manos de palurdos emocionales. Mientras escucho el canto de los pájaros en el parque, siento que nos hemos alejado demasiado de la tierra y, engañados por una luz cegadora, nos estamos acercando al Sol peligrosamente.