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Parece que nuestro Gobierno no se entera o peor aún, no quiere enterarse de lo que se nos vendría encina si Catalunya alcanzara la independencia. Posiblemente no sería solo una autonomía la que se saldría del conjunto de las que forman la unidad de España. Mirando el fenómeno catalán están otras autonomías que dejan que ésta sea la que haga el gasto. Es una manera barata e inteligente la de aprender en cabeza ajena. Luego, según venga el aire, se puede quedar uno como está al ver que o sólo no se ha logrado los objetivos independentistas, sino que además, al fracaso hay que añadir las costas que ello ocasiona, y no sólo en el aspecto crematístico, lo carísimo es haber dividido la sociedad, haberla engañado con que ya se tenía una república catalana, república ni que figura, ni consta, ni existe. Forma parte de un fracaso independentista, porque aun a lo meramente económico, hay que añadirle las miles de empresas que no fiándose lo más mínimo de unos republicanos sin república, más deprisa que corriendo, se fueron de Catalunya para no volver seguramente nunca.

Si finalmente Catalunya, gracias a una torpe política gubernamental, y la complicidad inane del resto de gobiernos europeos lograse la independencia en forma de república o cualquier otro modelo que les sea útil para abandonar la unidad de España, deberán saber los catalanes primero, que el efecto dominó puede hacer aflorar como independentistas otras autonomías, tan ilusas como ellos, que están convencidos que por ahí fuera se atan els gossos amb butifarres. Para cuando quieran darse cuenta de que Mos han dit tantes mentides que no se poden comptar ni crec que cap capellà de més grosses n'hagi sentides, están ya a merced de la independencia, sin que estas sean las horas que se pueda saber con certeza a quiénes puede llegar a contaminar el virus separatista.

En cuanto a Europa, debería hacérselo mirar, pues no están tan libres de ese pecado como para creerse que pueden tirar la primera piedra. No hay que ver más que la sentencia de ese juez alemán respecto de lo hecho por Carles Puigdemont en España, que su señoría lo calificó como poco rebozado con menos.

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Basta para creer que se merece una independencia el hecho diferenciador de la lengua, algún pequeño privilegio, Dios sabe en razón de qué conseguido, una diferencia administrativa o una situación específicamente geográfica para empezar a sacarle punta al lápiz de la independencia.

El fenómeno catalán, haría bien Europa en contemplarlo como un hecho desestabilizador, que puede ocasionar un tsunami de imprevisibles consecuencias.

De momento no tenemos a nadie con entidad que diga: señores hasta aquí llegó el agua. El procés llegado a donde ha llegado, dejarlo sería como para correrlos a gorrazos, quizá por eso necesitan como agua de mayo que un gobierno les pare los pies para justificar su fracaso haciéndose las víctimas, cuestión ésta que llevan tanto tiempo manejando.