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Sucede que el éxito suele maquillar incontables horas de trabajo, de dedicación, de sacrificio y de constancia. Ya sea en lo deportivo, en lo emocional o en lo económico, la receta que suele acompañar una victoria repite los mismos patrones. Por ejemplo, es poco probable que triunfe alguien que no ha conocido primero la derrota, que no haya tenido que pelear desde el fondo del más común de los fracasos o que no se haya topado de bruces con una realidad que huele feo y raro.

Detrás de un ganador se esconde alguien que ha fracasado. Juraría que habita un perdedor reconvertido, alguien al que le sentó tan mal un resultado no deseado que no le quedó más remedio que coger todo lo que había hecho hasta ese momento y pegarle una vuelta para cambiar el resultado. Ojo, ni todos los ganadores son felices, ni todos los perdedores son infelices. Ni, todo lo contrario.

Al margen de los sentimientos, donde no me cabe ninguna duda es en el hecho de que detrás de alguien que no está satisfecho con lo que tiene está un espíritu inconformista, un valor en potencia, un diamante por pulir.

Nos acostumbramos a quejarnos por vicio o por naturaleza ya que resulta mucho más fácil echar pestes que arremangarse los brazos y echarse manos a la obra para cambiar aquello que no nos gusta o que no nos genera la sintonía en la que estamos cómodos.

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Es mucho más fácil convencerte de que no puedes cambiar algo que demostrarte que cuando te lo propones eres invencible. No sé si la vocecilla negativa grita más o lo hace más fuerte pero el 'angelito' suele callar y asiente pacientemente pensando que mañana será otro día o que no hay mal que por bien no venga. Y nada cambia.

Y ya te puedes enchufar toda la parafernalia optimista que pulula por internet en formato de frases lapidarias, que si no encuentras una gasolina que motive lo suficiente al corazón y a la mente, estás jodido. Es por eso que nos reconforta cuando encontramos una pasión, algo que de verdad nos haga pelear por cada logro.

La pasión es una especie de droga dura que engancha, pero no perjudica. Es una sensación indescriptible que te da la fuerza de mil personas y el valor de verte y sentirte invencible. Y entonces es cuando entra en liza el trabajo, la entrega, el sacrificio…, lo que te decía al principio.

Es más cómodo y fácil mandarlo al carajo todo, pero también es más egoísta. Ojalá, en lugar de buscar dinero buscásemos la pasión. Quizás tampoco seríamos ricos, pero sí que tendríamos un espíritu más inconformista. Y de ahí al éxito solo sería cuestión de trabajo, ganas y constancia. En la vida, en una carrera o en el trabajo, por ejemplo.