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Después de que el nuevo presidente del gobierno acordara, amigablemente eso sí, disentir en todo lo esencial con el inquilino provisional de la Generalitat, Quim Torra, parecen sucederse los gestos hacia nacionalistas e independentistas que permitieron la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa. Sorprendente progresión la del político madrileño, dos años atrás sacado a gorrazos de la secretaría general de su partido y hoy usuario del avión presidencial con fines un tanto dudosos que apenas rozan su ocupación al frente del gobierno.

Esa transformación ha edulcorado el proceso catalán con una política de sonrisas más que de hechos, y como no, alimenta las iniciativas de los denominados Comités de Defensa de la República, por lo visto, ahora también con cierta proyección en Menorca.

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Está bien que los afines a los políticos que permanecen en prisión preventiva por estimar que el cumplimiento de las leyes les era ajeno, muestren su solidaridad hacia ellos. Es plausible que reiteren sus actuaciones para que aquellos no sientan la soledad de sus celdas, o muestren su desacuerdo con la decisión del juez.

El reparto de octavillas, las pintadas y, sobre todo, la colocación de miles de cruces y lacitos amarillos en todo tipo de espacio y mobiliario público como homenaje a quienes están en la cárcel no son acciones beligerantes pero bipolarizan todavía más el desencuentro entre unos y otros y puede resultar molestas.

Si aquellas iniciativas son respetables, no lo son menos las personas a quienes incomoda ir a la playa y toparse con cruces en la arena o bañistas con lazos amarillos haciendo su perfomance. Mucho peor resulta todavía recorrer el Camí de Cavalls y toparse con pintadas en favor de los políticos presos o la reclamación de los independentistas, máxime considerando que estamos en Menorca. La calle, la plaza, la naturaleza es de todos y no se puede usar al antojo de unos pocos.