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La frase, completa, reza así: «Es asombroso como se puede soltar una idea y acabar con una persona». Pertenece a J. Edgerton, guionista y director de «El regalo» («The gift»), una de las películas más galardonadas de 2015, repuesta recientemente en televisión. Edgerton se refiere -como habrán comprendido- a la calumnia. Por si fuera poco, uno de los protagonistas pregunta a continuación: «¿Por qué? ¿Por qué hizo [el difamador] eso?» El otro, sin dilación, contesta: «Porque podía». Ahí, precisamente ahí, en esa secuencia brevísima, reside todo el terror que provoca la cinta. Por el simple hecho de que sabéis, a la perfección, que quienes sostienen esa conversación fílmica tienen razón. A cualquiera, y en cualquier momento, alguien, desde las sombras y el anonimato, puede destrozarle la vida, lanzando, sencillamente -y reiteras el término- una idea... La sociedad, sin cuestionársela, la dará por buena. Así de fácil. La falacia será difundida, con posterioridad y engordada por muchos... En una sociedad enferma. La tesis de Edgerton te recordó unas palabras de Espido Freire que ya has citado en algunas ocasiones: «Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa». La mentira es, sin duda, una de ellas. Por ende, la víctima no se reconocerá como tal, porque permanecerá ajena a lo que, sobre ella, se está diciendo, quedando en total estado de indefensión. No hay puñales. Ni policías científicas que valgan. Nada es visible. El muerto viviente notará, a lo sumo, un repentino e inesperado rechazo por parte de algunos, a los que, incluso, antaño quiso sin mesura y se inquirirá, angustiado, a qué es debido ese cambio.

¿Quieren algo todavía más espeluznante? A saber:

A. - Casi todo el mundo- ¿el «casi» es superfluo?- igualmente ha sucumbido , en mayor o menor medida, a esa tentación sádica de emitir ciertas insinuaciones o, cuando menos, de divulgar las de otros. De esparcir el mal y a sabiendas. De propagar lo que hoy, tan pretenciosamente, se da en llamar fake news, es decir: las noticias falsas de toda la vida. Casi todo el mundo –repites- ha creado y/o divulgado y/o agravado y/o escrito la partitura de tanta calumnia metida a sicario...

B. - Y sí... El que arruina la vida del otro con una idea saldrá, como decía Freire, sin pena ni culpa...

- Después del asesinato físico...

- Está este otro...Ambos tienen algo en común: su atroz incapacidad para la enmienda. Ya lo sabes –te recuerdas- «calumnia que algo queda»...

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- Y por...

- Porque se podía hacer –te interrumpes-.

Si a todo ello se unen las nuevas tecnologías (que superan con creces aquellos patios de vecindad, aquellas tabernas, aquellos corrillos, aquellos/aquellas... y las reducidas dimensiones de una isla, la cosa adquiere, aquí, ya, tintes de tragedia.

Luego os escandalizareis -ustedes y tú mismo- ante las mentiras de los políticos. Luego os rasgaréis las vestiduras al comprobar el alto índice de adolescentes que se suicidan. Luego, efectivamente, miraréis hacia otro lado cuando constatéis el último atentado, cuando os topéis con el último cadáver andante, cuando os sintáis culpables de haber colaborado en hundir una vida... Sabedores -como sois- de que esos crímenes éticos, terribles, son indetectables, insípidos, pero no indoloros. Y andaréis tranquilos al ser perfectos conocedores de que las ideas que matan no medran en las estadísticas ni, por tanto, preocupan ni a las clases dirigentes ni a muchos jueces...

Después, fariseos, proclamaréis la urgencia de una regeneración ética del país. Esa que probablemente tendría que iniciarse de manera personal e intransferible, al hacer callar, por ejemplo, al amiguete o a ese otro cuando se meten, ambos, a matarifes...

Tal vez el único remedio sea, precisamente, ese: tener el coraje de hacer enmudecer al asesino cuando intenta lanzar su producto. O eso o estar dispuestos a vivir en una sociedad por la que únicamente transiten zombis y sicarios...

Mala sociedad esta última para vivir... O para sobrevivir en ella...