TW

Qué plasta me pongo cuando tengo que correr. Ya te lo comentaba hace unas semanas, cuando me enfrenté a la Ultra Pirineu y sus 116 kilómetros de montañas que me pegaron un buen palo, y ahora me vuelvo a poner en modo pelma, a pocas horas de correr los 42 kilómetros y 192 metros de la Maratón de Atenas. Me siento terriblemente motivado, a ratos, y luego me ahogo en un puñetero vaso de dudas.

Cada vez estoy menos convencido de que cuando te apuntas a una carrera, no hay mérito en el hecho de terminarla. Sabías, más o menos a lo que ibas, y llegar a meta es lo mínimo que se te debe exigir. Pero resulta, a raíz de mi abandono en los Pirineos, que cada vez valoro más el día de la carrera y los incontables contratiempos que te puedes encontrar.

Desde unas inoportunas cagarrinas, a una mala postura mientras duermes, un aire demasiado frío que te ataca la noche anterior y te deja tocado o, sencillamente, un mal día. Puedes haber entrenado meses y meses hasta el punto de llegar a la línea de salida convencidísimo de que has hecho todo lo que tocaba y por lo tanto solamente queda salir a recoger la medalla. Pues no.

Noticias relacionadas

Me quedó claro en la burrada catalana que intenté y que se quedó en coitus interruptus a los 40 kilómetros y unos 3.000 metros de desnivel en mis piernas. Flaqueé. Mental e intestinalmente. No contaba con ello, cierto, pero me dio una hostia bien dada de aquellas que te cambian los pensamientos y las convicciones.

Creo haber aprendido a no obsesionarme ni con un tiempo ni con una medalla. A disfrutar del camino. En este caso, 42 kilómetros y pico en los que hay un montón de subida. Gestionar la cabeza de forma eficaz y eficiente durante más de 4 horas será el reto, sobre todo para cuando me ponga en modo robot y las piernas vayan solas.

Sin duda, el regalo no será llegar a meta o colgarme la medalla. El regalo es haber llegado hasta Atenas con mi madre y con mi hermano. Teniendo como tenemos los tres una vida tan cargada de trabajo y obligaciones, hemos sido capaces de hacer una pausa para regalarnos un viaje familiar de cinco días para nosotros. Puedo decir tranquilamente que, sin llegar el primero a meta, yo ya he ganado.

Si ha hecho falta que corriera un maratón para que llegásemos hasta este punto, bienvenido sea, aunque tenga el cuerpo machacado y menos convicción que un payaso triste. A veces, y solo a veces, el fin justifica la causa. Y ya que estamos, vamos a por esa medalla de #Finisher, ¿no?