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Según un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las reales. Llegan más lejos y a mucha más gente. Los rumores, las fake news, las campañas electorales... Manipulado se puede vivir de fábula: normalmente no eres consciente de ello, no duele ni afecta a la mayoría de tus actividades rutinarias. Las mentiras tranquilizan y confirman aquello que nos interesa creer. Nos sirven la información filtrada para evitarnos conflictos cognitivos. El objetivo es vender algo. La búsqueda de la verdad tiene siempre algo de heroico, de quijotesco.

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Los teléfonos móviles de cientos de políticos alemanes han sido hackeados y su contenido publicado en Internet. Estamos expuestos e indefensos ante la opinión pública. La privacidad está cada vez más acorralada. Por algo decían los epicúreos «vive oculto». Y no tenían móvil. Protegernos de los que nos espían y manipulan, del engaño y la banalidad, es tarea urgente, imprescindible. Es un signo de los tiempos quedar reducido a un simple peón anónimo, dócil ante los estímulos, distraído para no tener que entrar en tu interior, que antes se llamaba conciencia.

Cuando introduces un algoritmo en una máquina parece que funciona sola. Hoy, muchos algoritmos sirven para tomar decisiones sin la presencia constante de una persona. La inteligencia artificial reemplaza a la natural, tan falible e insegura. No es nada personal.