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Tenemos un problema de eficiencia, entre otras cosas. También de eficacia, claro. Nos obcecamos más en aparentar que en hacer y, por consiguiente, o hacemos peor lo que se nos solía dar bien o muy bien, o directamente no hacemos nada de forma correcta. Es curioso, pero es el ejemplo más claro para las redes sociales. Ojo, y me incluyo.

El mundo cambia lo que viene siendo una barbaridad, a un ritmo endiablado y casi tan rápido como el tiempo, y no nos queda otra que ir adaptándonos, amoldándonos y, sí –nótese el acento que convierte lo que pudiera ser un condicional, en una afirmación–, hace falta reinventarse.

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Antes, el reconocimiento social o económico llegaba a raíz de un esfuerzo consumado que en la mayoría de casos correspondía al buen trabajo e iba ligado al éxito, en una proyección correlativa. Ahora, tanto a nivel profesional como personal, basta con aparentar, colgar una foto bonita, un texto que guste y ya tienes una proyección envidiable. Si consigues un encuadre de un lugar idílico con unas tonalidades espectaculares, deducirá el que la vea que lo has pasado en grande, que ha sido una experiencia maravillosa y te tendrá una envidia cochina, cochina. No enseñarás, por ejemplo, la infinidad de las horas de trabajo que has invertido para llegar hasta esa foto, o manipularás el encuadre para que no se vean las imperfecciones que pueda haber en ese lugar idílico, en ese entrenamiento que has hecho, en ese plato que te vas a comer o lo que sea.

Internet permite lo mismo con un negocio basura. Con una buena campaña de marketing, algo de inversión publicitaria y una estrategia que defina claramente los objetivos que se quieren lograr para hacer más eficiente el camino, puedes transformar un mojón, en el producto estrella. Generarás una necesidad y cubrirás esa demanda. Si alguna persona empresaria ha llegado hasta aquí dirá algo así como «de eso se trata». Si alguien, en algún lugar, consiguió que otros ‘alguienes’ se untaran la cara con baba de caracol, por citar un ejemplo de producto absurdo, el margen de maniobra es infinito. Aunque ese producto siempre seguirá siendo una caca. Literal o figuradamente.

Y en ese proceso se pierde la calidad. Del producto o de la vida. Cuando nos centramos más en querer aparentar que en disfrutar, cuando es más importante compartir que vivir, cuando nos preocupamos más de lo que puedan pensar otros que de lo que estamos sintiendo nosotros, estamos jodidos. Porque ni nuestra vida es nuestra, ni es de verdad, ni nos llena. Es ese producto ‘ñordo’ que por muy rodeado de marketing que esté, sigue siendo un mojón. ¿Lo cambiamos?