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Amados líderes y lideresas que, ufanos, encabezáis formaciones políticas o ilumináis con vuestra presencia (tantas veces irrelevante) nuestras cámaras de representación: Me tenéis mosca. Y no soy el único.

Vale; vendéis vuestra moto. Estáis en vuestro derecho; por encima de todo sois vendedores. Yo también vendo cosas, comida, bebida, atenciones. Los clientes pagan por ello y si les gusta dejan propina y vuelven. Somos mercaderes. De acuerdo. Sin embargo detecto al menos una diferencia significativa en nuestras circunstancias: estoy (estamos) obligado(s) a manteneros, nos guste o no el producto que ofrecéis. Mi hipótesis es que principalmente vendéis humo, un humo más o menos denso que sirve a veces para embriagar las conciencias de quienes pretendéis que os voten (producto en este caso de la quema de promesas) y que en otras ocasiones actúa como cortina para que no se os vea el plumero (ésta otra humareda es fruto de la combustión de mentiras o medias verdades).

Aún sin ser demasiado suspicaces, cabría esperar de los partidos tradicionales que nos la acabaran dando con queso: tiempo tuvieron para aprender el mucho jugo que se puede sacar a su posición de ventaja cuando se aprende a manejar con soltura las herramientas que la corrupción proporciona generosamente.

De los nuevos partidos era más razonable imaginar que tras una inicial y previsible incompetencia, tardasen al menos unos añitos en deslizarse por la pendiente del trampantojismo, la autocomplaciencia, el recitado de mantras aprendidos en sesiones matinales de briefing, los liderazgos mesiánicos, las zancadillas cainitas y el resto de vicios en los que ya habían demostrado su pericia los partidos clásicos. Pero la historia enseña a los optimistas la escasa probabilidad que tienen sus esperanzas de verse refrendadas por la realidad.

Coincidiremos, amados líderes, en que vuestro papel consistiría en mejorar las cosas.

Aceptemos como presumible que los partidos de derechas tienden a arrimar prioritariamente el ascua a la sardina de los privilegios acopiados durante siglos por las clases favorecidas (y si de paso pillan cacho, vive Dios, no le harán ascos). Procurarán así mismo adornar sus decisiones con celofán de manera que al teatrillo no se le vean los hilos y aceptemos gustosos pulpo como animal de compañía.

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Presumamos que los partidos de izquierdas se decantarán por proteger a los más desfavorecidos (y si de paso pillan cacho...ver hemeroteca). Hasta aquí bien, pero surgen dos problemas.

1- No es fácil mejorar la vida del ciudadano sin aumentar el déficit y la deuda. Lo que suele pasar entonces es que los políticos se dedican, no a solucionar a medio plazo los problemas reales de la sociedad (no saben hacerlo) sino a que parezca que los solucionan. El teatrillo sigue representando la vieja función, los niños gritan alborozados con los estacazos que se lleva la bruja. Pero el teatrillo, manejado cada vez por diletantes más chapuceros se desmorona, los espectadores acaban por descubrir la mano que mueve los hilos. La ‘gente’ como gustan en llamarnos (yo soy gente, desde luego no soy el IBEX) sigue como estaba solo que con una deuda mayor y actualizada cara de tonto.

2- No es lo mismo estar indignado en la Puerta del Sol que sentado en un banco del Senado. Y esto nos lleva a que una de las maneras de recortar la deuda, esto sería, disminuir el gasto superfluo disminuyendo en número de cargos e instituciones, no llega a ser ni siquiera explorada por quienes prometían en los mítines callejeros que acabarían con el despilfarro, que cerrarían las diputaciones, el Senado incluso.

Vivimos una etapa en que tanto los políticos de izquierdas como de derechas, ignorantes de cómo mejorar nuestra sociedad se limitan a solucionar sus asuntillos a veces de manera patética, sin sentir vergüenza alguna cuando se ven obligados a desdecirse una y otra vez correteando como pollos sin cabeza en cuanto aparece una encuesta en el horizonte.

Sírvanme estas líneas para mostrar mi desencanto con los amados líderes.

No se den por aludidos quienes intentan ser consecuentes (que haberlos, habralos)