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El pan nuestro de cada día dánosle hoy, que oración más hermosa. El pan es comida humilde pero es apetecida por pobres y ricos. Entendemos el sentir y el sentido de la oración, de ninguna manera se podría decir por ejemplo «la caldera de langosta de cada día dánosla hoy». Eso sería llevar a nuestra caldera al desatino del desenfreno, a la bacanal desatada de una Sodoma y Gomorra gastronómica. ¿Por qué comemos pan cada día y no nos cansa el paladar hacerlo? Diré más, no son pocas las personas que teniendo en la mesa sabrosas viandas, se quejan amargamente si se ha olvidado comprar el pan. Se debe a que el pan no solo marida casi con todo, es que además, en algunos casos, hay comidas muy desagradecidas si no van acompañadas de pan, por ejemplo la tortilla, un buen tall de sobrasada, el queso, que ya lo dice la sabiduría popular «con queso, pan y vino se anda el camino».

En mi libro «La Memoria Rural» recogí la costumbre campesina de buena parte de la península ibérica, de cuando se apalabraba un salario, que dicho sea de paso, se firmaba con un apretón de manos y tenía la fuerza de una escritura notarial. Aquellos salarios se apalabraban para todo un año, a los dineros que se ajustaban semanalmente como complemento se le añadía una hogaza de pan. Entre las gente temerosas de las antiguas costumbres, cuando se recoge en pedazo de pan que se hubiera caído al suelo, se le da un beso. Cuando un asalariado entra en un conflicto de intereses con quien le abona su trabajo, se suele decir: «pues usted no me va a quitar el pan de mis hijos». También refiriéndose a quién ya ha empezado a trabajar «no, si no crea usted, se gana bien el pan». Cristo en la última cena cogió pan y dijo «quién coma de este pan comerá de mi Cuerpo». Es nada más y nada menos que el principio en la religión católica de la Eucaristía. Me pilla de la mano decirles que 1900 años antes de Cristo, según lo cuenta el Génesis, en su capítulo XVIII, Abraham, ofreció pan a los tres hombres que se le aparecieron en el Valle de Mambré, entre los que estaba el Señor. Abraham entrando en la tienda le dijo a Sara «Amasad pronto tres medidas de harina y cocer panes bajo la ceniza».

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Sería pecado si ahora no les contase yo que en el Castillo de Arévalo se guardan 521 variedades de trigo diferentes. En algunas zonas españolas por su abundante pluviosidad no permite cosechar trigo, entonces sustituyen a éste por el maíz. Podría yo añadir que de antiguo hacían y aún hacen su pan con harina de maíz, nada de extrañar que en las hoy en día llamadas boutique del pan, lamentablemente en detrimento del entrañable nombre de tahona, lo del modernismo de las boutiques del pan, es una extrapolación que indica que allí vamos a encontrar pan de variadas formas y sabores, algo que para los ‘catacaldos’ que siempre están a la ‘última palabra’ en todo, ya les va bien.

Tengo sobre una estantería de mi despacho, dos panecillos no mucho más grande que una yema de huevo que me traje de un viaje por África (los logré salvar de los monos), como ustedes comprenderán se han puesto como una piedra de duros pero se conservan igual que el día que los cogí para que luego al verlos me recordasen momentos maravillosos.

A la luz de la memoria recuerdo que a los missatges de lloc en Menorca, era costumbre en las cercanías de la Fiesta de Navidad, darles una hogaza de pan elaborada en el horno del lloc; ese pan tenía su fundamento en hacer luego con él el cuscussó. Seguramente esa tradición habrá desaparecido por el sumidero de nuestras atropelladas modernidades.