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No es muy habitual que a un político cuando se retira se le agradezca su servicio a la cosa pública. No me refiero a que tenga que ser objeto de esa especie de virus que nos invade de organizar cuantos más homenajes mejor. Las medallas repartidas entre «ellos» tienen poco valor. Es más sencillo y natural: le ves por la calle y le estrechas la mano para darle las gracias. Aunque no le hayamos dado el voto. Tampoco hace falta felicitar a todos los políticos que se van a casa, solo a los que nos parezcan honestos y humildes, a los valientes con errores, a los que han sido fieles más a unas ideas o valores que a un partido, a los que cuando hablan te miran y no solo te ven. Especialmente a los que han sabido convivir con el poder sin sucumbir a la tentación de creer que les pertenece, que es «mi tesoro».

Muchos de ellos no han ganado dinero con la política. Habrán vivido de ella, pero no se han aprovechado. Y muchos habrán tenido que digerir platos amargos, en su casa más que en la de los adversarios.

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En estas elecciones ya no estarán dos de esos políticos a los que me refiero. Josep Carreres, 24 de concejal de Ferreries de los que 12 ha ejercido de alcalde. «Tengo vocación de pueblo» decía en una entrevista con Juan Carlos Ortego. Recuerdo que hace años le llamé un día por la tarde para unas declaraciones. Me hizo esperar porque estaba atendiendo por otra línea a una vecina enfadada que se quejaba porque no se le había cambiado el contador del agua. Todo un alcalde. Otro es Santiago Tadeo, que en el mitin de Casado del martes se mantenía apartado, sin protagonismo, como ha hecho en los últimos dos años. Un hombre educado, buen gestor, partidario del acuerdo con visión de futuro aunque le haya costado demasiado alcanzarlo.

En todas las cestas hay manzanas de todo tipo. Si queremos que en la cesta de todos estén sanas, con pocos gusanos, nos interesa respetar a quienes se presentan a las elecciones para exigirles que cumplan y así darles las gracias después.