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No aprenden. Tras las elecciones, en este tempus interruptus de negociación de pactos de gobierno, se ha evidenciado que muchos partidos priorizan sus propios intereses mientras los generales pasan a ser un daño colateral. Albert Rivera, con su negativa a dar el más mínimo apoyo a la presidencia de Pedro Sánchez, es incapaz de evitar los males que denuncia cuando tiene la oportunidad de hacerlo, por una estrategia de liderar la derecha que le va a salir rana. Pablo Iglesias, incapaz para la autocrítica, lo subasta todo por un ministerio.

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Los votantes espectadores quizás también se sorprendan de como han ido las negociaciones locales. Ha quedado la sensación de que se ha hablado poco a nada de programas, de compromiso de objetivos a cumplir, y se ha dedicado el mayor esfuerzo a repartir el poder y a acordar la subida de las retribuciones. Esa mejora salarial de los alcaldes y concejales, prácticamente general, después de un tiempo de austeridad puede ser comprensible y quizás en algún caso se justifique por la dedicación y los resultados de la gestión. Sin embargo, que se suban los sueldos en el primer año, muy por encima de lo que han subido los salarios de los trabajadores, en una economía que en este aspecto poco se ha recuperado, afea los principios de la ética política. Creo que se han precipitado.

En el Consell, el incremento de seis directores insulares con respecto a la austeridad forzosa que aplicó Tadeo en 2011, forma parte de este nuevo tiempo de bonanza económica. El saneamiento de las administraciones, gracias a la obligación de reducir deuda, puede llevar al riesgo de caer en el despilfarro. El tripartito tiene pendiente de decidir los sueldos de los consellers y los cargos de confianza. Será la prueba del algodón para comprobar si la primera acción de gobierno que llevan a cabo es la mejora de su propia economía. Quizás sería recomendable moderar la euforia, también en lo que se refiere al gasto público.