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Que todo puede empeorar es tendencia. Los últimos días nos han dejado ejemplos claros.

La investidura imposible de Pedro Sánchez pone ante el espejo la pobreza de la política en este país. Adolfo Suárez priorizó la gobernabilidad con una Ley D’Hondt que favorece a los partidos mayoritarios. Ahora, con el fin del bipartidismo, habría que buscar nuevas fórmulas para dar estabilidad en lugar de espectáculo. Siempre que hay elecciones se suele decir que lo importante no es ganarlas sino gobernar. Quizás habría que hacer posible que quien gana gobierne. Creo que se ha hecho más evidente todavía que las negociaciones o la incapacidad de mantenerlas están plagadas de tantos vicios que el diálogo es una quimera inútil.

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En el ámbito internacional, la elección de Boris Johnson como premier británico empeora el panorama europeo. Su disposición a salir de la UE a la brava el 31 de octubre, sin saber cómo, simplemente saliendo, es una amenaza a la estabilidad de Europa, con efectos difíciles de prever.

¿Dónde está la capacidad de la política para resolver los conflictos? Murphy tiene razón cuando líderes como Johnson, Trump, Putin o Maduro se mantienen en el poder y muchos de ellos, los del «cuanto peor mejor», consiguen un gran respaldo electoral pese a su nefasta gestión.

En Menorca, por suerte, las turbulencias son menores, pero no significa que no se produzcan. La pelea por los cargos que han protagonizado Susana Mora y Maite Salord en el pleno del lunes, con propósito de enmienda el martes, expresa que la firma del pacto no resolvió las desconfianzas mutuas por los intereses de partido que cada una defiende. Además, las discrepancias, en lugar de referirse a la gestión de la carretera, del turismo, de la prioridad de las inversiones, se centran siempre en los cargos, en el reparto del poder, y esta actitud no responde a una concepción social de la política, sino a que el fin es el partido.