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Que la libertad tiene límites es una obviedad. Basta el ejemplo de las 11 denuncias que ha abierto la Policía Local de Maó en pocos días a vecinos que sacaban la basura fuera del horario permitido. El Ayuntamiento agradece que haya otros vecinos que denuncien comportamientos incívicos. Basta mandar una foto anónima. Todos estamos en la red del gran ojo que todo lo ve.

Así las cosas, es lógico que en Catalunya se denuncie a los que queman contenedores, a los que presentan batalla contra los policías o las que coartan la libertad de los demás. No es lógico sin embargo la pasión de algunos líderes por impedir la libertad de manifestación pacífica de un gran número de catalanes. Tienen todo el derecho a protestar, incluso a desobedecer (mientras no sean cargos públicos).

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El ejercicio de la libertad con ira trae terribles consecuencias para la defensa de las libertades. Una de las más perjudicadas es la de expresión. Esta última semana, en el periódico nos hemos encontrado a muchas personas que no quieren opinar sobre la sentencia del Supremo y lo que está sucediendo en Catalunya. Algunos dicen que tienen opinión pero se niegan a que salga su nombre. Otros se manifiestan y poco después llaman al periodista para que no se publique nada de lo que ha dicho. Este miedo a expresar las propias ideas es muy significativo de como el conflicto de Catalunya va consolidando unas consecuencias muy negativas para esta democracia, semillas de las que no va a nacer nada bueno. El derecho a la información también ha sucumbido ante el posicionamiento de los medios. Los enfoques están al servicio de una causa. Muchos medios están en la trinchera. Las fake news invaden las redes.

Una joven, preocupada por lo que ve en los informativos de televisión, nos preguntaba a un par de periodistas si creemos que puede llegar una guerra. Imposible, le contestamos. Es una batalla. Aunque pronto pueden llegar las víctimas. Incluso entonces lo importante será de qué bando caen.