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Te pones a mirar y te das cuenta que estos días de las fiestas navideñas, compramos, comemos y bebemos sin freno. Bien puede decirse que para que eso sea así, tenemos que esperar todo un año, para poder hacer durante 3 o 4 días lo que los ricos pueden hacer si quieren, durante 365 días al año. No es corto el ayuno ni poco severo. Pobre del pobre que es pobre, y aún hay que añadir, que a los pobres lo bueno o nos parecer caro o nos engorda; el rico como tiene costumbre, sigue tan igual como si no.

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Conozco de primera mano una anécdota sucedida a su majestad el rey Juan Carlos. Por lo visto andaba la guardia asando unas humildes sardinas en unas brasas y como el olor de sardinas asadas no hay forma de ocultarlo, le llegaron al Rey los efluvios y se acercó para ver a qué se debía tan atractivo olor: «Sardinas señor, son sardinas a la brasa». «Y ¿puedo yo probar una?». «Señor, tan solo faltaría». Y el Rey se relamió de gusto diciendo que cuando preparasen otra torrada tuvieran por bien darle noticias de ello, que ‘aquello’ estaba como ya dejó dicho en su momento sobre los espárragos de Navarra.

En fin amigos, que eso de tener una Navidad prolongada solo es para quien tiene la buchaca bien repleta de caudales. Lo contrario es pasarlo de Navidad en Navidad, porque ni ante la ley ni ante la vida, por más que se nos diga, somos todos iguales. Los hay que se esfuerzan, la mayoría, y los hay que no tienen por qué esforzarse. Tampoco se me alcanza que falta le hace a esa gente ir al cielo si se han pasado la vida en él.