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No estamos acostumbrados a parar, vamos acelerados incluso en el tiempo libre, pero realmente ante algo que genera tantísimas dudas como una obra de envergadura en el puerto de Maó, que modifique su fisonomía para siempre, todo con el objetivo de que pueda albergar megacruceros, convendría detenerse y meditarlo bien. Es un salto sin red. La mesa redonda sobre cruceros celebrada recientemente en el Claustre del Carme fue muy ilustrativa. Allí estaban todas las voces y todas con sus argumentos. Es comprensible la preocupación por el impacto económico de dejar que el pastel de los cruceros se lo lleven otros, al fin y al cabo –y eso ya nadie lo cuestiona–, el turismo es el principal motor de actividad de la isla.

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Pero también hemos visto en otros lugares del mundo el lado perverso de plegarse a la voraz demanda del mercado, que siempre es cambiante y caprichoso, recibiendo esas auténticas ciudades flotantes. No hay que irse a Venecia, la saturación del casco histórico de Palma cuando coinciden megabuques atracados es un ejemplo más cercano. ¿Estamos dispuestos?

A juzgar por las conclusiones del encuentro solo está claro que nadie lo tiene claro. Utilizar La Mola para que desembarquen turistas de un crucero fondeado obligaría a otras obras también en tierra, eso parece obvio, y el consenso político y social que pone Autoridad Portuaria como condición para acometer ese proyecto parece estar lejos de conseguirse. Tanto que igual cuando se lograra nos podríamos encontrar con otro cambio de tendencia, esta industria es tan cruel que cuando todo el mundo ha llegado hasta el último rincón visitable del planeta entonces se lamenta porque otros han hecho la misma ruta, ya está pisoteada. La precipitación en este caso no es nada aconsejable, el puerto es paisaje, naturaleza, historia, personalidad..., un lugar único, cualquier cosa irreversible debe ser estudiada sin caer en la parálisis. Difícil encrucijada. No es mala idea la planteada durante el debate de que se llame a la consulta ciudadana sobre la conveniencia o no de optar por los megacruceros. Escuchar lo que quiere y espera la gente de quienes gobiernan es lo más sensato ante una decisión arriesgada.