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Las grandes emergencias requieren y fomentan la cohesión más que mil discursos. Nuestra sociedad se mueve en gran medida a base de tópicos y propaganda. Falta serenidad, silencio, respeto al prójimo y conocimiento de la historia de la humanidad.

El pasado no está muerto. El pasado somos nosotros. Aunque todo cambie y se renueve, las raíces son las mismas y profundas. Ya lo dijo Cicerón en sus Filípicas: «La vida de los muertos está en la memoria de los vivos». Y no solamente en una memoria cognitiva, sino vital. Somos a partir de los que fueron.

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El pasado no puede repetirse, pero renegar de nuestro pasado es anular nuestra personalidad. La falta de cultura nos aboca a llevar una vida de ignorantes peligrosos. Prejuicios, estereotipos y anteojeras ideológicas nos limitan intelectual y humanamente. Nos hacen manejables, eso sí. Militar en un partido es ser un militante. Y militar es también el que guerrea. Hoy los políticos parecen hooligans. Habrá que aislarlos hasta que desaparezca el virus de la rabia y su contagio. La lucha por ocupar un cargo es una carga para el resto. La mentira, la demagogia, el resentimiento y la falta de respeto habitan entre nosotros desde hace un tiempo, porque las desgracias nunca vienen solas.

El sainete, el vodevil, el esperpento, el teatro del absurdo y el surrealismo se han fusionado para ofrecernos espectáculos de moda, deleitando a unas masas que demandan emociones fuertes. Pasen y vean.