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La gran mayoría de personas parece estar de acuerdo con las duras medidas que se aplican para contener la expansión del coronavirus, hasta el estado de alarma aprobado ayer. Están dispuestas a colaborar quedándose en casa para reducir al mínimo los contactos con otras personas. Es una reacción al miedo a la enfermedad, más que una implicación en el objetivo de no saturar la sanidad ante la multiplicación del número de casos. La avalancha en los supermercados para hacer acopio de comida y productos del hogar responde al temor por la escalada de medidas de protección. No está justificado pero es humano, propio de un humano asustado y preocupado.

Mas interesante es la reacción de algunas empresas hoteleras que han ofrecido sus hoteles por si hace falta utilizar habitaciones para atender a los afectados por el covid-19. Es lo que ha hecho Artiem con todos sus hoteles, también los de Menorca.

Otra reacción positiva es la de personas que se ofrecen como voluntarios para cuidar a los niños de padres atribulados por las circunstancias. Y la de profesores dispuestos a hacer un esfuerzo adicional para ayudar a sus alumnos a estudiar desde casa, en lugar de la imagen fácil de que se les regalan más vacaciones. O de aquellas personas de la cultura, el arte y la música, que piensan en organizar actividades por internet, como respuesta al desierto cultural que el coronavirus ha provocado en la Isla.

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Y otro efecto positivo: la reducción de la contaminación en toda Europa. Si nos tomáramos los efectos del cambio climático como si fuera un virus, sin necesidad de medidas tan drásticas, ayudaríamos a mejorar nuestras perspectivas de futuro.

También se ha revalorizado el papel de los expertos, los científicos. A veces sus objetivos técnicos pueden generar acciones desproporcionadas. Y ahí es donde se espera la intervención del político.

La crisis del coronavirus está en su punto culminante. ¿Cuánto tiempo durará? Cada día de cuarentena hará el reto más difícil.