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La mayoría de ciudadanos españoles llevan muchas semanas guardando estoicamente las directrices de confinamiento que dictan las autoridades sanitarias y gubernativas, pero no es menos cierto que un número muy importante de gente se están mostrando como auténticos imprudentes, saliendo ya en pandilla sin ninguna protección: ni mascarillas ni guantes… ni vergüenza, ni respeto, por lo menos hacia esos sanitarios que están jugándose la salud, cuando no la vida misma cada día para atender a los que han tenido menos suerte y la pandemia los ha llevado a una UCI de un hospital ¿Que hay gente disciplinada? Por supuesto que la hay, pero repito, no son pocos los que están jugando a la ruleta rusa con las vidas ajenas, y en el colmo de la insensatez con la suya propia.

No es mala cosa tener memoria y recordar por ejemplo, que este mismo año en la actual pandemia, en Singapur se precipitaron y adelantaron la fecha de anular lo de estar confinados en casa. La respuesta del virus no se ha hecho esperar, de la noche a la mañana se han encontrado con una rápida regresión, y además, más virulenta que la que creían que ya tenían superada.

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Posiblemente de Asia, aunque esto no está del todo confirmado, un único infectado en menos de tres meses, propagó una pandemia mundial. La rapidez en la propagación del virus que padecemos debería de hacernos pensar, cuando además no tenemos medicamentos específicos para hacerle frente. Como muestra de que no somos muy dados a releer la historia y malos aprendices de la memoria oral, es evidente que la memoria no viene a socorrer nuestra osadía ni nuestras reiteradas imprudencias. Déjenme que les cuente que en septiembre de 1918, cuando se creía terminada la cuarentena de la ‘gripe española’, unas 200.000 personas salieron a la calle a manifestarse en contra de las medidas de permanecer más tiempo en casa, medidas que cómo ahora, venía emanadas por las autoridades sanitarias y políticas que la gente se negó de cuajo a seguir obedeciendo por más tiempo y, sin ninguna razón científica que mínimamente les avalase, decidieron no quedarse más tiempo en casa. El resultado fue terrible, ya que cuatro días más tarde, repito solo cuatro días más tarde, todas las camas de los 21 hospitales de Filadelfia–Pensilvania-USA estaban colapsadas, falleciendo de resultas 4.500 personas en el espacio de muy pocos días, lo que obligó a las autoridades a unas medidas de confinamiento infinitamente más severas. Permítanme que recuerde a modo de reflexión para decir que «aquellos que no aprenden del pasado lo más seguro es que tengan que repetirlo».

Ahora están algunos, y que conste que lo veo lógico, dándole muchas vueltas a la cabeza para ver de encontrarle una solución al hecho de compaginar virus y playa, virus y restaurante, virus y hotel, virus y bar, virus y piscina, etc. Es posible, Dios no lo quiera, que si el ‘bicho’ ha venido para quedarse dando vueltas por el mundo, tengamos que aprender a convivir con él. Eso solo significa una cosa, nada volverá a ser cómo era antes, sobre todo la vida de expansión, donde los humanos que somos eminentemente gregarios, tenemos la tendencia de los estorninos: ir en bandada, y esto puede que no sea posible hasta que no contemos con una vacuna capaz de controlar un virus que nos está amargando la vida. De manera que a falta de vacuna, la mejor vacuna es la prudencia, aunque algunas medidas nos puedan parecer duras, y es que efectivamente lo son, pero créanme, nada hay más duro ni más definitivo que morir por la acción de un ‘bicho’ que ha venido para matar ante el más mínimo descuido, y sería una locura colectiva ponérselo fácil. Las imprudencias ante semejante mal se pueden pagar con el más alto de los precios. En tiempos de la Edad Media, ya se confinaban pueblos y ciudades enteras, la aparición del cólera, la llamada peste negra, la lepra, sin recursos sanitarios en algunos lugares mermaron poblaciones enteras. Deberíamos por lo menos tener memoria histórica de aquellas pandemias.