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Algunos y algunas de los que se ganan las sopas trabajando el difícil oficio de político, no son ni serán nunca políticos/as. A lo más llegará cómo ya se ha dicho en sede parlamentaria a ejercer de ‘cacatúas’. Lo suyo, es convertir la confrontación, el debate político en un mísero lodazal, sin respeto hacia los que no piensan como ellos, como si ese fuera el elixir que les redime de la orfandad por donde hacen transitar su torpe paso por la política. Un político/a que se merezca el sueldo que se le paga no es el que va a ver quién la dice más gorda, y menos aún la cobarde acción de quién escondido en el campo de batalla acusa sin aportar pruebas, ni los que transitan como si ello fuera un estigma hereditario, señalando los pecados de los padres endosándolos a sus hijos.

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Tensionar una confrontación política por afán partidista, erosiona el espíritu de la democracia, y si los políticos con esa situación se sienten a gusto, deberían de saber que los votantes nos sentimos avergonzados, al comprobar el grado de inutilidad de aquellos a los que con nuestro voto hemos llevado a ejercer un oficio para el que no están ni van a estar nunca capacitados mientras sigan actuando como vulgares agitadores de barrios suburbiales. Claro que tienen dónde mirarse cuando ven a su jefe de partido abusando de la libertad de lenguaje que la democracia le otorga, sin otro freno que el de no tener freno, ni otra consideración que no tener consideración ninguna, a su alrededor algunos tontolaba les dan una palmadita en la espalda que actúa como soplillo que aviva el fuego de su estupidez.