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Frente a lo sólido y estable, encontramos lo efímero y fugaz: el reino iconoclasta del devenir. El Rey emérito se va, como el Papa emérito, que también pensó, con melancolía, que hacía un mayor servicio al irse que al quedarse. Tiene mérito pasar a emérito. Es humano aferrarse al cargo y creerse insustituible. Pero todo pasa y algo queda. Y a más incultura, menos quedará y habrá que empezar de nuevo. Demos gracias por todo lo vivido o heredado. Porque son tiempos de antisistema y de zozobra. Si te despreocupas, se te llena la casa de okupas y amigos de lo ajeno. Las crisis se suceden con demasiada frecuencia, últimamente. Señal de que llegamos a un cambio de ciclo, de era, de etapa o de modus vivendi. Las cosas no ocurren de repente. Se van gestando, de forma inadvertida, hasta que estalla la sorpresa y nos coge a todos desprevenidos.

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Para las mentes sensibles hay demasiados hechos inquietantes. Y no hablo solamente de Trump. Pero bueno, tampoco nos lo podíamos imaginar hace unos años. El líder amoral está de moda. Parece que ha ocurrido otras veces. Donde hubo palacios y grandes celebraciones encontramos ruinas. Cuando la presión social aumenta y el malestar se mete en la olla, tenemos una olla a presión. ¿Por dónde saltará la próxima noticia? Y, sobre todo, ¿cuánto durará? Todo es demasiado efímero, fugaz, pasajero… no quiero ser pájaro de mal agüero, pero me parece que vamos cuesta abajo y a velocidad de vértigo.