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No puedes evitarlo. Cada vez que te encuentras con un fanático piensas en un asno con anteojeras, entendiendo por estas «las piezas que se colocan sobre los ojos de los burros para que solo vean el camino que hay frente a ellos y evitar, así, que se distraigan por su visión periférica…». El fanático hace otro tanto: únicamente contempla su verdad, que no debe ser cuestionada ni por nada ni por nadie. El fanático ve, pero no observa; oye, pero no escucha; piensa, pero no razona; ataca, pero no argumenta; impone, pero no consensua… Es, a la postre, un ciego que ve, un sordo que oye y un lelo que ‘piensa’ –y perdonen ustedes la iteración terminológica-. Caracterizan también a esos dictadores su incapacidad para el análisis, la autocrítica, la aceptación de aportaciones ajenas, etc. Mesiánicos, se sienten superiores al resto de los mortales, lo que les conduce, irremediablemente, a la intolerancia, al perjuicio, al odio y, en numerosísimas ocasiones, a la imposición de sus dogmas mediante una violencia más o menos sutil.

Si usted se topa con uno, ándese con ojo, porque es/son criatura/s dañino/s. Y ni se le ocurra, por inútil, intentar hacerle recapacitar. En palabras de Gustave Le Bou: «Cuando se exagera un sentimiento, desaparece la capacidad de razonar». O, en esas otras, de Marguerite Yourcenar: «Olvidaba que en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra imponerse este último».

Poseen, además, esos individuos una variada tipología. Algunos resultan inanes, benignos, pero nunca graciosos. Otros son víctimas del analfabetismo. Sin embargo, existen unos auténticamente aterradores. Te refieres a los que han accedido a aulas universitarias, al mundo de la cultura, que han ocupado cátedras e impartido clases, que han escrito textos y dado conferencias… Personas, por tanto, que deberían de haber comprendido que, amén de esa visión única marcada por las anteojeras del rencor, existe una realidad periférica… Aunque todos los fanáticos poseen algo en común: el haber heredado prejuicios atávicos y haber albergado el odio en su corazón, no dejando resquicio alguno para cualquier otro sentimiento humano positivo… Como también los unifica la profunda tristeza de sus vidas, esa tristeza que sienten y padecen, aunque no sean conscientes de ella…

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En esta inamovible y triste España machadiana de la charanga y pandereta de aún hoy, estás hasta el gorro de vislumbrar a tanto asno con anteojeras. Como aquel, y por poner solo un ejemplo, que proclama hablar en nombre de una nación o estado sin contar, tan siquiera, con el beneplácito del cincuenta por ciento de su población… ¿Quién te ha dado a ti, chaval, la patente de corso o la denominación de origen?

Asnos, sí, hay de variada índole y condición –iteras-. Incluso alguno, como en los matrimonios, llegará a una vicepresidencia por conveniencia. El fanático, en esa tesitura, se volverá especialmente peligroso, porque –no lo duden- procurará sibilinamente imponer su credo, esa verdad incuestionada e incuestionable de la que hablabais al principio: intentará copar el poder judicial de ‘amiguetes’; comprar, amordazar o eliminar a la prensa libre; censurar whatsapps poco afines; doblegar al ejército con nombramientos en los que probablemente anidará la prevaricación; controlar el CNI y convertir a los ciudadanos en clientes, en esclavos, en dependientes absolutos de Papá Estado… ¿Les suena? Y, en las antípodas, otros burros de igual pelaje se mostrarán como los únicos cirujanos capaces de acabar con la gangrena…

Ojalá en las próximas elecciones (esperemos que limpias) se opte por la sensatez y la moderación, por candidatos sin anteojeras y con una visión completa, discutible y negociable de la realidad. Porque, en caso contrario, podéis acostaros un día en un Estado de derecho y despertaros en una república bananera o, peor aún, en una nación nuevamente en conflicto y partida en dos…

P.S. Quede constancia de que, en este artículo, no has querido, en momento alguno, ofender a los asnos…