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Me asalta, Señora, en plena calle y me pregunta en qué bando ideológico estoy. Me comenta que me lee. Se lo agradezco. Que, al hacerlo, se siente mal porque no sabe, a ciencia cierta, dónde estoy... Estoy, señora, en ninguna parte... Es un estado harto incómodo... Ahora estoy, Señora, frente a un ordenador, intentando escribir un artículo que va dirigido a usted...

Intentaré desnudarme ideológicamente... Quiero que cuando me lea, sepa, a ciencia cierta, qué hay detrás de una firma... De una simple opinión... Mis artículos anidan siempre bajo sus páginas...

Detrás de esa firma hay una persona vieja, que necesitaría de mil vidas para aprender a vivir la suya propia con dignidad... Una persona que sueña en un mundo decente... Un mundo donde un partido emblemático no se reduzca a un solo hombre... Sueño, sí, en un país en el que una lengua no sea demonizada por un ‘puñado de dólares’ o de votos, en un mundo en el que, como en la película, no haya dos bandos enfrentados, donde tenga a un Presidente que no se escaquee, en el Congreso, cuando estamos hablando de supervivencia, probablemente la suya, la de usted... Un mundo, sí, en el que ‘por un puñado de dólares’, o de votos, el mío, no recaiga en manos de quien convive o convivió con quien, por activa o por pasiva, mató a tanto inocente... A quien nunca leyó, ni asumió, los contenidos de «Patria», de Fernando Aramburu... De verdad, no quiero vivir en un país donde la muerte tenga un precio... No quiero vivir en una tierra agrietada... Sueño en un país donde quien lo dirige, no me mienta... Quiero enterrar de una puñetera vez –y perdone, usted, Señora el taco- la Guerra Civil y memorias históricas que, al final, aluden a una guerra en la que, por civil, perdimos todos... Quiero que alguien lea «Las guerras de nuestros antepasados» de Delibes para que, ¡ojalá! no seamos transmisores de un covid eterno: el del odio...

Quiero, Señora, un país donde no se aplique la pena de muerte, en cualquiera de sus formas…

Quiero que nunca alguien como Trump pueda acceder a un botón que nos pueda mandar a todos, a usted y a mí, Señora, al carajo...

Para clarificarle quién es el que esto suscribe le diré que voté por primera vez y lo hice por UCD. Que creo, firmemente, en el espíritu del 78, que amo, con locura, a esos hombres y mujeres que hicieron posible lo impensable, que busco su aroma en las alfombras de un Congreso ninguneado y ese aroma finito: el de los hombres de estado... Que busco, a la hora de ejercer ese derecho tan hermoso a quien represente la cordura, aunque en ocasiones no sea capaz de hallar, materializada en una papeleta, ese clamor, ese anhelo...

Que soy cristiano practicante, aunque eso no me impida pujar por una Iglesia más pobre y más coherente...

Que...

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¿De derechas, de izquierdas?

¿Dónde estoy?

A la postre es Facundo Cabral quien habla: «No soy de aquí, ni de allá/ No tengo edad, ni porvenir/ Y ser feliz es mi color de identidad».

Señora...

Puede que le haya defraudado...

Al final, únicamente soy un ser que intenta acostarse con una conciencia -que existe- tranquila... Me empecino en ello. Algunas veces lo consigo... Un ser barrigudo y feo que, sin embargo, puede alardear de tener amigos de todos los colores políticos… Un ser que se obstina en amar... Ahora, ponga usted la etiqueta...