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«Hoy es un buen día para ser feliz»

Tras la siempre más que controvertida figura de la libertad de expresión, se cobija muchas veces el insulto, la ofensa, el descrédito, la falsa acusación, la mentira y todo el resto del lodazal manipulable empleado para dejar la honra ajena muy mal parada. Detrás, está el escudo que ampara esas expresiones tantas veces argumentada en algunos juicios, dónde se han escabullido verdaderos delincuentes que en aras de la libertad de expresión, sin pruebas que sostengan la acusación, se han utilizado verdaderas felonías verbales, maliciosas mentiras, capaces de ofender incluso la sensibilidad de quién escuchare o leyere.

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Las graves acusaciones proferidas caso de lo dicho por el diputado Javier Ortega Smith, el líder de Vox que afirmó que las chicas fusiladas, torturaron y asesinaron refiriéndose a las conocidas como Trece Rosas, diciendo que se dedicaban a «torturar, violar y asesinar vilmente». Con unas acusaciones de este calibre, para mí sorprendentemente la Sala de lo Penal ha archivado la querella presentada contra Ortega, por la Asociación Trece Rosas Asturias, y por familiares de una de las mujeres fusiladas en 1939. El Tribunal, en contra del criterio de la Fiscalía, cree que Ortega Smith no cometió delito de incitación al odio. El Supremo consideró que las palabras del secretario general de Vox, se amparan en su libertad de expresión. Pues yo ya no sé qué más hay que decir sin aportar pruebas para que la justicia le tome a uno interés. Acusar de «torturar» «violar» y «asesinar» vilmente sin pruebas, creo que es lo bastante grave para que no tenga que sacar las castañas del fuego la figura de la libertad de expresión. Ya soy sabedor de que esa expresión viene reforzada por la necesidad de poder decir lo que sea menester sin el impedimento de no tener libertad para expresarse. Eso me parece perfecto, siempre que al rebufo de la tal libertad, no se digan por ejemplo mentiras que ganan juicios, ofensas que dañan gravemente la honorabilidad de personas honradas, acusadas injustamente. Por si fuera poco, usando además un lenguaje zafio, soez, repugnante y mezquino, todo ello manipulable, cuando quien las profiere se puede sentir protegido, por ejemplo, por un aforamiento o por el cargo que ocupa. La libertad de expresión en más de un caso ha dejado la honra ajena en entredicho, sumida en las peores descalificaciones por quien por salvar su torva catadura moral, no vacila en las acusaciones que vierte sobre los demás. En este caso, algo tan grave como acusar de torturas, de violaciones y asesinatos, a unas mujeres casi niñas, por unos hechos acaecidos hace nada más y nada mejor que 81 años. La libertad de expresión no se detiene por larga que sea la distancia de los hechos manejados como acusación.

Cuándo por fin habrá un gobierno que borre de un plumazo la Ley que nos hace tan diferentes de estar aforados. Acusar de torturar, violar y asesinar vilmente no son precisamente acusaciones sin importancia como si fueran pelos de cochino que se pueden coger a puñados. La difamación no debería englobarse «en esa capa que todo lo tapa de la libertad de expresión».

No sé a ustedes, pero yo tengo que hacer esfuerzos para aceptar que la justicia es igual para todos, y de paso convenir que la libertad de expresión no está necesitada de un repaso como figura que puede formar parte de un sumario decente, dejando de ser la mezquina oportunidad usada por personajes que con su forma de proceder ya se descalifican solos, sin necesidad de añadir nada más al lodazal de su currículo. Siento que en esta ocasión no acabe de entender lo dispuesto por la Sala de lo Penal. Me resulta superior a mi capacidad de comprensión a pesar de esforzarme todo lo que soy capaz.