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¿Cómo están queridos lectores? ¿Cómo se les presenta la Nochebuena más rara de nuestras vidas? Ya saben que podemos ser máximo seis y con todas las medidas… esperen, un momento, que nadie se mueva, resulta que Raphael dio un concierto el fin de semana pasado para 5000 personas en el Wizink Center de Madrid. Vaya tela, así que para cenar media docena, pero para escuchar «Mi gran noche» se pueden meter miles de personas en un recinto cerrado. A lo mejor es que la lumbreras de Ayuso quiere pacientes para su nueva nave industrial con camas, a la que ella llama hospital.

Pero no nos hagamos mala sangre que hoy es Nochebuena aunque no lo parezca. Les confieso que a mí está noche me la resbala bastante desde que Nietzsche mató a dios y la Luisa, mi madre, no está para sacar la fuente de langostinos cocidos Pescanova acompañada de un bol de mahonesa casera. La Luisa (así con artículo delante) venía reventadita de cocinar en la parroquia en la que curraba de cocinera y limpiadora, y aún recuerdo el olor a lejía que desprendían sus manos mientras preparábamos una más que modesta cena de Navidad. Ya saben, en estas fechas nos ponemos ñoños queramos o no. Por eso, y a pesar de mi radical agnosticismo, empatizo con los que disfrutan de estas fiestas ya sea por creencias religiosas, cada vez menos, o porque les encanta hincharse a comer y a beber rodeados de los suyos. Cierto es también que suele ser una cena donde no pocas familias acaban a los gritos discutiendo de política, de futbol, o de la herencia del tío Aparicio.

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Además este año tengo la gran suerte de que me toca trabajar en turno de noche, así que no me tengo que comer el coco ni con los comensales, ni con el menú, ni con los villancicos que me taladran la cabeza, ni enfrentarme a la odiosa pica llena de platos. Y mi familia tampoco tiene que soportarme mientras refunfuño, cuento las misma anécdotas de siempre, suelto mis peroratas infinitas y me hincho a langostinos cocidos con mahonesa que ni de lejos saben tan bien como los que me comía con la Luisa.

Aprovecho que me toca publicar en un día como este, especial nos guste o no, para hacerles una nueva confesión: este año voy a traicionar, al menos en parte, a mis queridos Reyes Magos. Primero porque no sé si podrán venir con la cantidad de fronteras que hay cerradas, no sé además si en Oriente les harán PCR gratuitas, tampoco sé si los camellos cuentan como allegados y al ser ellos tres ya nos pasamos del cupo y por último no me fio de que traigan el oro ya que otro rey, que no es de fiar, se ha ido a vivir cerca de ellos y tiene la mano muy larga para quedarse con todo lo que no es suyo y gastárselo en sus golferías. La verdad es que siempre me he metido con el gordo vestido de rojo por la obra y gracia del refresco más famoso del mundo, pero este año he decidido pedirle a él el regalo para mi peque. Sí, lo sé, me como mis principios, pero al menos lo reconozco, hay otros que se contradicen cada cinco minutos y ni siquiera se inmutan, son los reyes de las soflamas.

Me despido. Esta noche levantaré mi bote de hidrogel para repartir unos chupitos y brindaré para que todos ustedes tengan, dentro de lo que cabe que no es mucho, la Nochebuena que más a gusto les haga sentir, ya sea yendo a la misa del Gallo, viendo una maratón de película clásicas, tomándose unos vinos con personas a las que aman, cagándose en el arbolito, o cantando villancicos…bueno, aquí solo les pido que lo hagan bajito, empaticen también conmigo. Feliz jueves.